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13.1. The Fall - Overture

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La sombra del pasado. Parte 2: Cacería (1)


«Fang mich, wenn du kannst»
Eso ponía la nota arrugada que Hëkathe llevaba en su mano izquierda. Con el arco a la espalda y la aljaba repleta de flechas sobresaliendo por encima de su hombro derecho, la cazadora caminaba por los pasillos del bastión humano, en silencio. Fenrir era una sombra tras ella, colaborando en su busca.
La guardiana había encontrado el pequeño pergamino, escrito con letra infantil, entre sus pertenencias en el armario del dormitorio femenino. Acababa de salir de la sala de entrenamientos y estaba exhausta, pero el extraño mensaje la intrigaba. Era la lengua del norte, era lo único que sabía Hëkathe. Pero conocía a una persona que la hablaba.
La cazadora salió por la puerta del Castillo de los Sueños y se internó en los jardines. Sus pasos hacían que la nieve se quebrase con un murmullo apagado. Fenrir alzó el hocico y olisqueó el frío aire del invierno.
“Allí está” —la voz del lobo de ojos dorados resonaba cálida en el interior de Hëkathe.
Tras doblar un recodo del sendero que se internaba entre las plantas y los árboles, sin hojas por el envite de la estación, los ojos verdes de la cazadora divisaron lo que estaba buscando. Un joven con una larga melena blanca estaba sentado sobre la nieve, observando el discurrir tranquilo del agua que brotaba de una fuente de piedra, llena de estalactitas colgantes de hielo. El líquido sorteaba los pequeños icebergs que flotaban en la corriente hasta perderse más allá de la vista del albino.
—Ezer —lo llamó Hëkathe. El guardián se dio la vuelta.
—H-Hola, Hëkathe —Ezer parecía algo sorprendido de ver allí a la cazadora. Era la primera vez que iba a buscarlo.
—Tengo que pedirte un favor —le dijo la joven de las trenzas. Su amigo tenía unas pronunciadas ojeras y sus ojos del color castaño oscuro de los viejos robles entre los que Hëkathe se había criado mostraban una profunda preocupación. Fenrir se acercó al joven y le lamió los dedos. Ezer esbozó una sonrisa triste y acarició al terrible lobo en la cabeza—. Tú conoces la lengua del norte, ¿verdad? —continuó la cazadora, tendiéndole la nota—. ¿Podrías traducirme esto?
—Claro —le dijo el joven cogiendo el trozo de pergamino. Lo leyó con cuidado—. Dice “Cázame, si puedes”. ¿Dónde la has encontrado? —le preguntó extrañado.
—Alguien la puso entre mis cosas en el dormitorio.
—Qué extraño... —dijo Ezer mientras el vapor salía de su boca—. Está escrito en un dialecto bastante particular de la lengua del norte. Se habla solo en los alrededores de Vítaca. ¿No sabes quién puede habértela dejado?
Hëkathe sacudió la cabeza.
—Nunca en mi vida había estado en Vítaca ni conozco a nadie de allí. Supongo que algún día lo investigaré. Pero no es algo que me quite el sueño —Hëkathe hizo un gesto de despedida con la mano—. Muchas gracias por tu ayuda. Ya nos veremos.
—Hasta luego —murmuró Ezer. Le hubiese gustado seguir hablando con la cazadora para distraer su mente, pero esta ya caminaba de regreso al castillo. El albino volvió a observar el pequeño riachuelo medio congelado y se sumió en sus pensamientos.
La guardiana se dirigía de nuevo a la puerta del Castillo de los Sueños, dispuesta a comer algo para matar el tiempo hasta que fuese de noche.
“¿Por qué eres siempre tan amable con Ezer?” —le preguntó Hëkathe a Fenrir mientras ambos entraban en el vestíbulo—. “Normalmente no sueles mostrarse amistoso con la gente.”
“Me recuerda a mi hijo Hati” —le respondió el lobo gris—. “Él también es albino y enfermizo. Cuando era pequeño, tenía que estar pendiente de él todo el tiempo” —Hëkathe se quedó en silencio. Había cosas que nunca entendería de su fiel compañero.
Cuando entró en el vestíbulo, observó de reojo el tablón de misiones. Iba siendo hora de que hiciese una nueva, tras ascender de nivel. Una con el símbolo verde que indicaba que solo podían hacerla los guardianes de nivel intermedio le llamó la atención. Un grupo de traficantes de esclavos había raptado a varias niñas en Göderok, al sur de Assarov. Un guardián había conseguido salvar a unas cuantas niñas, pero los captores se habían dividido y ahora había que encontrarlos.
—Quiero hacer esta misión —murmuró la cazadora. Sus ojos verdes refulgían de rabia. Ella se había topado por primera vez con esos esclavistas y liberar a las niñas ya era algo personal para Hëkathe. Si los captores se salían con la suya, las jóvenes tendrían que sufrir lo mismo que la cazadora, o algo aún peor—. Tengo que salvarlas.
“Tendrás que conseguir a un compañero de nivel intermedio” —le dijo Fenrir—. “Si no no podrás ir.”
—Iré a hablar con Haru —respondió la joven de las trenzas castañas— Para que me diga quién va a hacer la misión y poder acompañarlo.
La cazadora comenzó a subir por las escaleras. El lobo gris la siguió con su silencioso paso. Podía notar la férrea determinación de la cazadora. Su interior bullía de rabia. La luz del crepúsculo entraba por los ventanales y bañaba la figura de Hëkathe en un resplandor anaranjado. Cuando llegó al tercer piso, el sol comenzaba a desaparecer ya.
Hëkathe se encaminó hacia el ala este y petó en la pequeña puerta. Tras unos instantes, se escucharon unos pasos dentro de la habitación y la puerta se abrió.
—¿Qué deseas? —preguntó cortés Haru, sus ojos claros observaban con curiosidad a la guardiana. Ya había recibido una extraña carta hoy y ahora tenía una visita de una guardiana en persona, algo bastante inusual.
—¿Quién va a hacer la misión de encontrar a las niñas secuestradas? —preguntó sin rodeos la cazadora, cuyo arco largo colgaba en su espalda. Las plumas grises sobresalían también sobre su hombro izquierdo—. Ya me he encontrado dos veces con esa banda y quiero acabar con ellos de una vez. Tengo que participar.
—Curioso —dijo Haru—. Excepcionalmente, a pesar de ser de nivel intermedio, la hará un grupo de cuatro guardianes de tu mismo nivel —los ojos verdes de Hëkathe mostraron una ligera sorpresa—. Están dirigidos por Vidian Tëeroge. Los otros tres también participaron contigo en la prueba de nivel.
—¿Por qué se encargan ellos de una misión de nivel intermedio? —preguntó Hëkathe extrañada.
—La señora Reika les ha dado permiso. Parece ser que Tëeroge también tiene algo personal contra esos esclavistas —le respondió con voz neutra Haru—. Aunque creo que igual esto podría ser algo complicado para ellos, ya que el enemigo está armado con objetos mágicos. Espera un momento —el guardián se metió en la habitación y la cazadora escuchó como habría el armario y buscaba algo. Al cabo de unos instantes, volvió con una bolsita en la mano—. Aquí tienes los sellos necesarios para la misión. Si te das prisa, deberías poder alcanzarlos. El puente acaba de bajarse, por lo que aún acabarán de partir.
—Muchas gracias —dijo Hëkathe aceptó lo que le ofrecía Haru. Se dio la vuelta y bajó rápidamente hasta el dormitorio femenino, donde cogió la bolsa con sus sellos.
Escasos minutos después sus botas ya resonaban sobre el empedrado. Caminaba veloz hacia los establos, con el arco y el carcaj repleto de flechas a su espalda, su bolsa con los sellos colgando en el cinturón y su dinero guardado en un bolsillo de sus pantalones marrones. Con la mano izquierda sujetaba su macuto, en lo que llevaba todo lo necesario para el viaje. Llevaba puestos los guantes negros que le había regalado la condesa de Tavok, a los que había recortado también los dedos pulgar, índice y corazón por si tenía que tensar la cuerda con el brazo izquierdo. Había aprendido que podían herirla y tendría que apañárselas como pudiese. El delicado anillo mágico brillaba en su mano izquierda. Aún no había probado si de verdad podía potenciar el aire. Era un elemento que no le disgustaba del todo, podía ser el mejor aliado de un arquero o su peor enemigo.
“¿De verdad quieres ir a esta misión?” —le preguntó Fenrir. El gran lobo gris caminaba a su lado con tranquilidad, no le costaba nada mantener el paso apurado de la cazadora—. “La niña esa de la prueba de nivel querrá mandar ella. Y no te cae muy bien precisamente.”
“Me da igual” —respondió mentalmente la guardiana—. “Intentaré ignorarla lo máximo posible.”
La joven entró en el establo. En cuanto Vzok la vio, le trajo a Hofvarpnir dirigiéndola por las riendas.
—¿Te vas de misión? —le preguntó el hombre lobo.
—Sí. ¿Han pasado por aquí cuatro humanos, incluida una niña que dice 'Buuuu'? —respondió Hëkathe.
El encargado de los establos asintió.
—Te llevan una media hora de ventaja. Tendrás que darte prisa si quieres alcanzarlos.
—Muchas gracias —le dijo la cazadora montando en un salto en la grupa de la yegua gris.
La joven hizo restallar las riendas y Hofvarpnir partió a toda velocidad hacia la salida de Arcania. Tenía que llegar hasta los otros cuatro guardianes antes de que saliesen del túnel, si no sería complicado rastrearlos.

Los cascos de la yegua resonaban en el túnel que cruzaba las montañas de Arcania. Hëkathe avanzaba rápida, con Hofvarpnir a galope y Fenrir corriendo delante de ella, abriendo camino. Hacía ya un rato que había pasado la mitad del túnel y esperaba poder alcanzar rápido al grupo.
“Los huelo” —le dijo el enorme lobo gris para tranquilizarla—. “Estamos a punto de alcanzarlos.”
Instantes después, la cazadora divisó varias formas en movimiento a lo lejos, en el túnel y escuchó una risa infantil.
—Buuu —dijo Blue. La niña iba montada en un pequeño caballo, abriendo la marcha. Sus ojos azul verdoso observaban el camino que tenía por delante. Llevaba su largo pelo azul recogido en una coleta y adornado con conchas y broches en forma de peces. Sobre la túnica negra en su espalda, destacaba un corto báculo rematado en una caracola que tenía el mismo color que su cabello. Un extraño pez  con bigotes, también del color del agua y de la espuma del mar, flotaba sobre su cabeza—. Estoy deseando encontrar a esos tipejos, para que aprendan a intentar secuestrarme a mí, ¿verdad Te-té?
El hombre alto que cabalgaba su lado no dijo nada. El cabello negro caía lacio y ensortijado a ambos lados de la cara de Teren, llegando hasta la altura de su barbilla, cubierta por una perilla. Sus duros ojos del color del carbón hacían juego con el enorme hacha de doble filo que descansaba sobre su espalda, tapando parcialmente el escudo que llevaba bordado sobre su capa marrón, un castillo ante una enorme montaña. Una cota de mallas cubría su torso hasta el muslo. Un gran búfalo caminaba a su lado, llegando casi hasta el techo del túnel.
—Alguien nos sigue —dijo una voz femenina. Rowen, con su melena rubia cayendo en cascada sobre su espalda, cerraba la marcha junto con Mist. Iba vestida con armadura y portaba una espada larga al cinto. Un perro-lobo negro de ojos verdes la acompañaba. El extraño joven llevaba esa curiosa túnica negra con capucha en forma de cabeza de rana, como la vez que Hëkathe se había enfrentado a él. Su rostro quedaba oculto y solo destacaba sobre su cuerpo la serpiente dorada que se enroscaba en su brazo derecho.
Teren detuvo a su montura y la hizo girar. Escrutó el túnel entre las cabezas de Rowen y Mist, que se vieron obligados a detenerse. Sus ojos negros localizaron a la guardiana que se acercaba.
—Es esa arquera —dijo en alto con su voz profunda—. La que estuvo en nuestro equipo en el examen de nivel —miraba a Blue.
—¿La que le dio una paliza a Mist? —preguntó esta con voz socarrona.
El guerrero asintió como toda respuesta. El joven de pelo verde que se ocultaba bajo una capucha con cara de rana se estremeció. El combate no había sido real, pero había sentido las flechas clavándose en su carne como si lo fuesen. La cazadora y su lobo le daban miedo.
Hëkathe tiró de las riendas de Hofvarpnir, que se detuvo a escasos centímetros de la montura de Rowen. La cazadora observó al variopinto grupo. Todos los rostros le eran conocidos, algunos más que otros. La niña de la horrible coletilla había estado en su equipo en la prueba de nivel, al igual que el fuerte guerrero de pelo negro. Al joven de pelo verde lo había derrotado en el anfiteatro. A la guardiana rubia la había visto combatir contra Teren.
—Buuu —dijo la maga de agua—. ¿Nos estás siguiendo?
—No. Solo tenemos la misma misión —le respondió la cazadora—. Buscar a esas niñas.
—¿Y por qué has decidido apuntarte a esto? —terció Rowen.
Los cuatro guardianes se quedaron mirando fijamente a la cazadora, esperando que esta respondiese. La joven de la chaqueta verde estaba algo incómoda con tantos ojos puestos en ella.
—He visto la misión y he recibido el permiso de Haru para unirme —la arquera hubiese preferido hacer la misión ella sola, como estaba acostumbrada. Nunca le había gustado tener que interactuar con tanta gente a la vez—. Ya me he encontrado con esos esclavistas antes. Quiero acabar con ellos de una vez por todas —los ojos verdes de Hëkathe relucían con una furia ciega—. ¿Y vosotros por qué os habéis molestado tanto en que os concediesen esta tarea?
—Me confundieron con una niña e intentaron secuestrarme —dijo Blue, mostrando una mueca de enfado al recordar el suceso—. Te-té y Mist me acompañan en la misión.
Hëkathe miró a la espadachina sin decir nada.
—Yo he venido porque necesitaban una persona más y esta misión me interesa —respondió Rowen cuando se dio por aludida. La guardiana analizaba a la cazadora con sus ojos grises. Había escuchado hablar de ella a sus antiguos compañeros, se decía que tenía muy malas pulgas. Por su rostro serio, parecía ser verdad—. Cuando entré en la guardia de Assarov juré proteger a los débiles. Y sigo haciéndolo —toqueteó el pomo de su espada con los dedos de la mano derecha.
—Buuu, ahora que la cazadora y su lobo vienen con nosotros, no tenemos nada que temer —la joven inició la marcha de nuevo. Los guardianes espolearon a sus monturas y continuaron por el pasadizo subterráneo a galope tendido. Hëkathe cerraba la marcha, temiendo que el viaje se le iba a hacer demasiado largo.
Las horas que quedaban de camino fueron eternas para la cazadora. Los cinco guardianes galopaban con rapidez por el pasadizo de piedra, que retumbaba como si se estuviese produciendo un terremoto. Blue y Mist parloteaban sin parar mientras que Teren y Rowen apenas hablaban. Hëkathe iba callada, sumida en sus pensamientos, acompasando su respiración con cada paso que daba Hofvarpnir. Se estaba mentalizando para la dura lucha que seguramente tendría lugar, ya que la misión era de nivel intermedio.
Tras unas horas, el grupo por fin salió al aire libre y la joven de las trenzas pudo sentir el débil sol de la tarde invernal sobre su rostro. La nieve que cubría el mundo con su blanco manto hacía que fuese difícil vislumbrar los caminos. No se veía ni un alma en las colinas que se alzaban entre la cordillera y Vítaca.
—Bien, ¿hacia dónde vamos? —preguntó Rowen con voz clara. La armadura de la guardiana centelleaba bajo la luz solar.
—Supongo que deberíamos ir a Göderok —respondió Blue—. A buscar pistas de hacia dónde pueden haber huido.
“No encontraremos nada allí” —le dijo Fenrir a su ama—“Ni siquiera mi afilada nariz podría seguirles la pista con la nieve que ha caído y el tiempo que ha pasado desde el rapto”.
“Tienes razón. El rastro sería ya demasiado antiguo” —contestó mentalmente.
—No creo que sirva de nada —intervino Hëkathe en voz alta.
—Buuu, ¿por qué no? —Blue no parecía muy contenta por que le llevasen la contraria.
—Ya estarán muy lejos de allí y no podemos rastrearlos —la voz de la cazadora sonó con aplomo y le sostuvo la mirada a la maga de pelo azul.
Los demás guardianes se quedaron unos instantes en silencio, observando el choque de fuerzas entre las dos mujeres, hasta que Rowen decidió romper el silencio.
—Hëkathe tiene razón, ni siquiera Garm podría seguirlos cuando nos llevan tanta ventaja —dijo la guerrera mientras observaba a su mascota, un perro-lobo negro que le devolvió la mirada con sus ojos verdes.
—¿Qué creen las grandes rastreadoras que debemos hacer entonces? —intervino Mist con cierto sarcasmo mientras miraba a Rowen.
—Si se han dispersado por todo el reino y con los guardianes bajo aviso, la frontera sur estará completamente cerrada, además de que ir al Reino de la Luz es demasiado peligroso para ellos —respondió Hëkathe—. Habrá que comprobar los puertos.
—¿Y vamos a inspeccionar todos los embarcaderos del reino? ¿Tienes idea de cuántos hay? —la cazadora lanzó una mirada cargada de odio al impertinente guardián de pelo verde, que agachó la cabeza y decidió quedarse en silencio.
—Buscar en los puertos parece lo más lógico —intervino Blue mientras acariciaba el cuello de su caballo con la mano derecha—. Llegará con ir a los lugares más concurridos, les será más fácil conseguir un pasaje y pasar desapercibidos.
Teren se mantenía ajeno a la conversación, observando una mancha en el cielo que se acercaba hacia ellos velozmente. Sus ojos oscuros eran muy agudos y podía distinguir a un extraño ave que se aproximaba hacia ellos. Probablemente fuese una mascota de un guardián.
—Parece que tenemos un mensaje —dijo con su voz grave, interrumpiendo la conversación de sus cuatro compañeros.
Un majestuoso halcón con franjas verdes en el plumaje se posó aleteando cerca de los guardianes. Llevaba una nota atada a su afilada garra derecha. Blue descendió de un salto y la cogió. El pájaro batió sus poderosas alas y salió volando al instante en que hubo cumplido su misión. La joven, con la melena azul cayéndole sobre la espalda, se quedó absorta unos instantes observando al halcón alejarse. Después, desenrolló el pergamino y lo leyó.
—Han capturado a un par de secuestradores más en Menara —les dijo a los demás—. Por lo visto hay otros dos grupos.
—Tendríamos que dividirnos para abarcar más terreno —opinó Rowen.
—Buuu, Te-té y yo iremos a Thain —la niña contempló con sus ojos azul verdoso al enorme guerrero, que asintió—. Vosotros probad en el norte, en las calas cercanas a Vítaca o en Neik, el puerto de Tavök.
“Deberíamos ir a Vítaca” —le dijo Fenrir—. “Quizás averigüemos algo sobre esa misteriosa nota. Ezer dijo que era del dialecto que se hablaba en aquella zona.”
—Yo iré a Vítaca —dijo Hëkathe. No le intrigaba demasiado aquel mensaje, pero si de paso que iba por allí lo averiguaba, tendría algo menos en lo que pensar.
—Te acompañaré —la guardiana rubia le dedicó una sonrisa a la cazadora que esta no le devolvió.
Teren clavó sus ojos en Mist, esperando que este anunciase que es lo que planeaba hacer.
—Pues yo iré a Neik —dijo el extraño vestido de negro, que toqueteaba nervioso el mango de su tridente—, porque me da miedo ese lobo gris.
—Eres un miedica —Blue le pegó un puñetazo en el hombro derecho a Mist para dar fuerza a su argumento, aunque al guardián pareció darle igual. Fenrir mostró sus afilados colmillos y el joven de pelo verde se estremeció.
—Muy bien —dijo Teren, dando por zanjada la conversación—. Vayamos hacia Assarov, aunque ya se hace tarde y dudo que podamos llegar esta jornada —añadió mientras contemplaba el sol vespertino que se acercaba ya al horizonte—. Tendremos que acampar en el camino. Aprovecharemos para repartirnos el sello de comunicación y mañana cada grupo partirá hacia su destino.
Sin esperar a que nadie respondiese, hizo dar la vuelta a su montura y partió a galope hacia el oeste, en dirección a la capital de los humanos. Su gran búfalo lo siguió dejando enormes huellas en la blanca nieve. Instantes después partieron también el resto de los guardianes, acompañados por sus mascotas.

El cielo matutino no prometía nada bueno para ese día, lleno de nubes grises que amenazaban con una gélida ventisca. El frío azotaba el rostro de Hëkathe y sus manos, que sujetaban con suavidad las riendas de su yegua gris, estaban ateridas. La cazadora, cuyas dos trenzas caían sobre su pecho, contrastando con su chaqueta verde, hubiese deseado tener una capa de piel de oso con capucha, como las que había usado durante los inviernos que había pasado en los bosques de Gadda.
Fenrir, el gran lobo de inteligentes ojos dorados, corría sin cansarse junto a Hofvarpnir, que avanzaba a buen paso. Su pelaje lo protegía de las bajas temperaturas, y, como todos los de su especie, apenas se hundía en la nieve cuando caminaba sobre ella.
Rowen, la guerrera, cabalgaba a la derecha de Hëkathe, montando a un poderoso percherón marrón. La guardiana, cuya cabellera rubia caía desde un moño en su coronilla, estaba sufriendo aún más el efecto del frío que la cazadora, ya que había vivido siempre en Assarov, donde había siempre un fuego junto al que cobijarse, incluso en la garita. El tiempo que había servido en la guardia de la capital le había hecho acostumbrarse a la armadura, pero el gélido metal hacía que su cuerpo estuviese aún más aterido, ya que el peto laminado y las hombreras de acero que llevaba, junto con los brazales, parecían absorber el frío viento del norte que azotaba a las dos guardianas. Y ni siquiera el grueso jubón gris que llevaba bajo la armadura conseguía mantenerla en calor.
Garm, el perro-lobo negro, corría detrás de su ama, con la lengua colgando fuera y con más dificultades que Fenrir para no hundirse en la nieve.
Desde que habían cruzado el puente sobre el ancho río Rov, que tenía las orillas congeladas, habían seguido el camino del noreste hacia Sanka. La calzada estaba llena de nieve y apenas se habían encontrado con otros viajeros, algo normal en invierno, ya que pocos se atrevía a forcejear con el espeso manto blanco y a oponerse a los furiosos vientos.
—¿De dónde eres, Hëkathe? —le preguntó la guerrera a su compañera, deseosa de iniciar una conversación para matar el tiempo mientras sus monturas recorrían las cuervas del nevado camino y observaban los campos recubiertos de blanco y el tenue humo gris de las lejanas aldeas.
—De Rossten —respondió la cazadora sin demasiado interés.
—¿Rossten? —Rowen hizo una pausa—. Fue una auténtica desgracia. Lo siento mucho —las noticias de la destrucción de la aldea habían sacudido todo el reino, sobre todo a la capital. Observó a  la mujer que galopaba a su izquierda con sus ojos grises como el acero de su espada, Hëkathe no respondió y siguió mirando al frente. Se había dado cuenta de que la cazadora prefería no hablar del asunto, así que desvió el tema de conversación—. Yo soy de Assarov, estaba en la guardia de la ciudad hasta que me llamaron de Arcania.
—No suelo llevarme muy bien con los guardias —comentó la joven de las trenzas castañas. Su piel estaba blanca por el frío.
—¿A qué te refieres? —preguntó curiosa Rowen. Los primeros copos de una nueva nevada comenzaban a caer y bailaban entre las ráfagas de viento. La rubia se estremeció ligeramente y la empuñadura de su espada, en forma de cruz adornada con el relieve de una huella de un lobo, chocó contra su peto, produciendo un estridente sonido metálico.
—Bueno, digamos que a veces intentan impedir que entre a una ciudad, o ponen pegas —respondió encogiéndose de hombros.
—Es su trabajo inspeccionar a los que parecen sospechosos.
—Algunos no se creen que soy una guardiana a pesar de que llevo a Fenrir conmigo —dijo Hëkathe observando al majestuoso lobo gris que corría junto a Hofvarpnir—. Nos hace falta un distintivo o algo por el estilo para que no tenga que discutir con idiotas.
—Quizás tengas razón —respondió Rowen—Sería práctico.
La cazadora no dijo nada más y la conversación terminó. Siguieron cabalgando en silencio, hacia el corazón del frío y de la ventisca, hacia las Cumbres Eternas, la alta cordillera que se alzaba antes de Vítaca.

Llevaban ya tres días de marcha desde que se habían separado de Blue, Teren y Mist. Las dos guardianas avanzaban sin descanso por el camino real, deteniéndose solo para comer y dormir. Todas las noches montaban la tienda fuera de la calzada, en algún lugar al abrigo del viento, y tendían un camuflaje mágico con los sellos. Rowen y Hëkathe estaban ateridas por el frío y no intercambiaban más que unas pocas palabras de vez en cuando. A la rubia le caía bien su reservada compañera y la cazadora opinaba que la guardiana de ojos grises era una compañía bastante fácil de llevar. Mucho mejor que aguantar a Blue o a Mist.
La ventisca seguía arreciando y el día anterior casi no habían visto las murallas de Sanka cuando pasaron a su lado la mañana anterior. Hëkathe apenas podía vislumbrar a cinco metros por delante de ella. Rowen entrecerraba los ojos, intentando también seguir el sendero sin perderse.
“¿Tú puedes ver algo?” —preguntó mentalmente.
“Sí” —respondió al instante Fenrir. La cazadora podía sentir en su interior la calidez del pelaje del lobo— “Nada escapa a mis ojos. Yo guiaré vuestra marcha.”
El animal se adelantó y se puso delante de los caballos de las dos guardianas, siguiendo por el camino, que apenas se diferenciaba de los campos nevados que atravesaba. El lobo indicaba el camino entre la ventisca. Así continuaron la marcha mientras la nieve azotaba sus cuerpos y su aliento se congelaba antes de salir de sus bocas.
El mediodía ya había pasado de largo y las Cumbres Eternas estaban ya muy cerca cuando Fenrir se detuvo de pronto.
“He escuchado un grito” —le dijo a Hëkathe.
—¿Qué pasa, por qué se detiene tu lobo? —preguntó Rowen extrañada.
—Dice que ha oído un grito —respondió la cazadora.
—¿Un grito? —el rostro de la guardiana mostraba su incredulidad—. ¿En medio de esta ventisca? —Garm soltó un ladrido, interrumpiendo a su ama. Rowen se giró encima de la silla para mirar al perro-lobo. Tras unos instantes, asistió con la cabeza—. Mi compañero también lo ha escuchado.
Hëkathe empuñó su arco y rozó con la yema de sus dedos las plumas grises de una de sus flechas. La sacó con cuidado de su carcaj y la colocó en el arco. Escudriñó los alrededores, buscando algún peligro. Un sonido metálico le indicó que Rowen había seguido su ejemplo y había desenvainado su espada bastarda.
“Se acerca alguien corriendo por la izquierda” —advirtió Fenrir.
La arquera se giró sobre la silla y tensó la cuerda, expectante, apuntando hacia el margen izquierdo del caminó. Instantes después, las dos guardianas pudieron escuchar una voz a lo lejos, que se acercaba rápidamente. Parecía una mujer, y estaba desesperada.
—¡Socorro! —se escuchó claramente entre el aullido del viento.
Los ojos verdes de Hëkathe detectaron movimiento entre la ventisca. Una forma se acercaba a toda velocidad hacia ellas. Era una mujer joven de caballos negros, que corría en su dirección con el rostro desencajado por el miedo y manchado de sangre. Su basto vestido de lino estaba rasgado por varios sitios. Otra silueta corría detrás de ella empuñando un arma.
—¡Ven aquí, maldita! ¡Me las pagarás por mi nariz rota! —dijo con voz ronca—. ¡Y después lo hará tu maridito!
El hombre de aspecto desaliñado sangraba profusamente por la nariz y perseguía con el rostro lleno de ira a la mujer, portando un gran cuchillo. Hëkathe no lo dudó dos veces y tras unos instantes en los que calculó mentalmente la dirección del viento, disparó. La flecha destrozó el ojo izquierdo del asaltante y se clavó profundamente en su cabeza. Las rodillas del hombre temblaron y el cuerpo inerte se desplomó boca abajo sobre la nieve, que comenzó a teñirse de rojo.
—Veo que tu puntería es tan buena como se rumorea por Arcania —la felicitó Rowen. La arquera no respondió.
La mujer se había quedado quieta, temblando de frío entre los copos de nieve que caían con furia sobre ella, sin poder creerse que se hubiese salvado de una muerte segura.
—¿Q-Quiénes sois...? —titubeó.
—Guardianes de Arcania —dijo Rowen con orgullo, mientras enderezaba la espalda y hacía descansar su espada sobre su hombro—. Ya no tienes nada que temer. ¿Qué ha pasado?
—M-Menos mal, ya me daba por muerta... —murmuró aliviada la mujer mientras entrelazaba sus dedos. De repente, pareció acordarse de algo y alzo el rostro, con la boca abierta—. ¡Tenéis que salvar a mi esposo! ¡Los demás bandidos lo tienen cautivo en el establo! ¡Pretenden que les confiese dónde guardamos el dinero, pero no tenemos! Apenas podremos sobrevivir a este duro invierno...
—¿Dónde está el establo? —preguntó sin rodeos la arquera.
—Hacia allí —respondió la mujer señalado la dirección por la que había venido.
—Muy bien, nosotros nos encargaremos de todo, es nuestro deber como guardianes —afirmó Rowen. Miro a su compañero de cuatro patas—. Garm, quédate aquí con la señora y tráela cuando te avise.
En cuanto acabó de hablar, espoleó a su montura y se abrió paso por el campo nevado en dirección hacia la granja atacada, con el acero brillando en su mano derecha. Hëkathe clavó con suavidad los talones en los flancos de Hofvarpnir y la yegua gris siguió al instante a la guerrera rubia.
Un par de minutos después, divisaron una modesta casa de madera de dos pisos, con un establo al lado. La puerta estaba entreabierta y dos hombres armados con hachas herrumbrosas montaban guardia, probablemente a la espera de que regresase su compañero. Sin dudarlo ni un instante, Hëkathe concentró su poder y sintió como la marca de su muslo bullía de energía. Lanzó una ráfaga de flechas y los centinelas se derrumbaron con un par de flechas clavadas en el pecho de cada uno.
—¡Déjame a los de dentro a mí! —gritó Rowen, que galopaba por delante de la arquera.
La guardiana saltó del caballo sin detenerlo y aterrizó con agilidad sobre la nieve. Entró corriendo rápidamente dentro del establo y la joven de ojos verdes pudo escuchar un rápido intercambio de golpes y unos ahogados gritos de dolor. El sonido del choque del metal contra el metal resonó como un trueno en medio de la tormenta.
Para cuando desmontó y entró en el edificio, Rowen ya había acabado con los otros tres bandidos, que yacían muertos en el suelo. Fenrir se acercó a olisquear a los caídos para comprobar que no estuviesen ya vivos. La guardiana rubia, que tenía la hoja de su arma llena de manchas carmesíes, estaba desatando al que debía ser el granjero. El hombre tenía el rostro amoratado y numerosos cortes de los que salía sangre. Su camisa estaba empapada en este fluido.
—M-Muchas gracias —al esposo le costaba hablar y tenía el párpado izquierdo tan hinchado que apenas podía moverse—. Me habéis salvado la vida.
—¡Richard! —la mujer se abalanzó llorando sobre su marido, al que abrazó con fuerza. Hëkathe miró hacia la puerta y vio al perro negro de Rowen—. ¡Menos mal que sigues vivo! ¡No sabría que hacer sin ti! —miró hacia las dos guardianas—. Muchas gracias, no sé cómo podré agradecéroslo.
Rowen esbozó una amplia sonrisa. Le encantaba cuando las cosas acababan bien. Hëkathe, por su parte, no mudó su expresión seria.
—No es necesario —respondió la arquera—. Estamos en el transcurso de una misión y tenemos que irnos. ¿Podréis apañaros vosotros?
La mujer asintió con la cabeza y la cazadora se dio la vuelta, saliendo del establo. La guerrera se despidió con un gesto de los granjeros y siguió a su compañera al exterior. Ambas montaron de nuevo y deshicieron el trayecto hasta el camino.
—Has luchado bien —le dijo Rowen a Hëkathe—. ¿No te alegras de haber salvado a esa pareja?
—Tú también te defiendes. Y sí me alegro, pero también tenemos que salvar a esas niñas.
Una vez llegados a la calzada que se dirigía hacia Vítaca, Fenrir volvió a encabezar la marcha y el grupo se dirigió hacia las Cumbres Eternas.
:bulletblack:Segunda parte:bulletblack:
:bulletblack:Tercera parte:bulletblack:

Bueno, como mi misión-historia se está haciendo increíblemente larga porque tengo un montón de puntos que concretar y contar (culpa de :iconreigkye:) voy subiendo la primera parte para que le vayáis echando un vistazo y vayáis viendo cómo le va a Hëkathe en la que sin duda es la misión más difícil a la que se ha enfrentado.
Si esta parte os parece ya larga, aviso que aún quedan dos más, aunque de unas dos páginas menos o así. La segunda parte la subiré en un par de días y si consigo terminar la tercera, pues en esta semana mismo también.

Así empieza la trilogía de The Fall, hagan sus apuestas sobre qué pasará (si no os habéis leído el guión de la misión, claro). Es sin duda la misión con una acción más larga, tensa y continuada de todas las que he hecho. Sobre todo en la parte dos y en la parte tres.

Y bueno, esta es la primera vez en la que uso a tantos personajes (y tan diferentes) a la vez, y como es la primera vez que aparecen todos en un relato, quería que se reflejase bien sus personalidades, aunque solo fuera un poco. Espero que esto no se os haga de lectura muy pesada ni nada por el estilo.

A ver, Rowen, Mist, Teren y Blue no pertenecen a nadie. A Ezer de :iconmeru-keepalive: hay que darle las gracias por su labor de intérprete.

Y nada, cualquier pega o errata que tenga, avisad para que la corrija en la medida de lo posible.

Para el rol El Pacto de Arcania de :iconcuentos-por-colores:

(Pedazo testamento me ha quedado)
Comments15
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CarmenZalvide's avatar
1. la he leído. ¿contento?
2. Se nota que todo es un interludio.
3. Yo también quiero un fenrir humano.
4. soy muy fan de hëkate, que te voy a decir
5. Odio a la niña de la coru con toda la intensidad de un leviatán surcando los océanos. Siento casi tanto odio por ella como por claudio de lorena y blanco sobre blanco a la vez. Nada en el universo iguala lo mal que me cae esa guardiana. 
6. En contraposición, quiero casarme con Rowen y con su armadura. Porque mujeres en armadura. Debería haber más. Armaduras completas, no armaduras de cuerdas. (De esas también). 
7. Me prometiste sangre y sufrimiento y no hay prácticamente. 
8. Me flipa un montón como describes paisajes. Muy fan. 
9. Muy fan del hijo de Fenrir.