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18. Caperucita roja

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LordYorch's avatar
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Los rayos del sol de la mañana se filtraban entre las hojas verdes de los árboles. La primavera estaba en su máximo esplendor y las flores multicolores alfombraban el suelo del bosque, que parecía rezumar de vida. Un gran lobo gris avanzaba entre los gruesos y ancianos troncos, repletos de nudos y oquedades en los que podrían coger un adulto de pie sin ningún problema. Una fresca brisa del oeste soplaba en el mar de copas, que se mecían lentamente, haciendo que un mosaico de luz brillase en el rostro de Hëkathe.
La cazadora avanzaba con el arco preparado, observando con detenimiento todo lo que la rodeaba, en busca de algún rastro de la niña. El verano se acercaba y comenzaba a hacer calor, así que la joven había dejado su chaqueta con Hofvarpnir, que estaba atada en un claro junto a un pequeño riachuelo. Aún así, llevaba puesta la larga capa verde que la identificaba como guardiana de Arcania. Estaba cerca de la frontera con el Reino de la Luz y si se encontraba con los guardabosques elfos prefería evitarse malentendidos.
Llevaba ya toda la mañana internándose cada vez más en la espesura, intentando rastrear a la niña que había desaparecido hacía ya cinco días cuando iba a casa de su abuela. Su madre estaba muy preocupada, ya que se decía que cada vez había más lobos en la espesura. Pero Hëkathe sabía que si le había pasado algo a la niña no era a causa de esos cazadores. Al menos no de lobos normales. Los lobos no atacaban a los humanos a no ser que los atacasen o estuviesen muy hambrientos y la joven de las trenzas había visto ya las huellas de numerosas presas a medida que caminaba.
Hëkathe no tenía demasiadas esperanzas de encontrar a la niña viva. Cinco días eran demasiados para alguien que no estuviese acostumbrado a vivir en el bosque. El rastro sería muy antiguo y sería muy difícil dar con ella, pero si alguien podía encontrarla, era Hëkathe. La guardiana tenía experiencia en localizar a niños perdidos en la espesura. No podía contar con exactitud el número de veces que Akthëon se había perdido de pequeño por intentar seguirla cuando iba de caza. Al final Hëkathe siempre acababa encontrando a su testarudo hermano.
La cazadora suspiró, echando de menos los viejos tiempos aunque su hermano fuese un incordio.
—Supongo que dejaría de perderse en el bosque después de que me fuese —murmuró entre dientes, mientras apartaba una rama baja con el brazo—. Aunque ha vuelto a desaparecer.
“Tengo el presentimiento de que Conor ya habrá topado con él. El Reino Humano no es tan grande.”
Hëkathe deseó que el lobo tuviese razón. Con Akthëon de vuelta en casa, sus padres por fin podrían dejar de preocuparse por sus hijos. Al menos de su paradero, ya que ella se había convertido en guardiana, algo que Valï y Antänia habían temido siempre, desde que ella tenía recuerdos. Pero todos sabían que ella sería llamada a Arcania desde aquel incidente. Era inevitable. Sin embargo, la cazadora había recibido con satisfacción la carta. Su posición le permitiría alcanzar el poder suficiente para encontrar y acabar con Lucien.
La joven se detuvo un instante y se masajeó el cuello, que aún estaba algo dolorido. Se preguntó dónde estaría el otro Ezer. Esperaba que no estuviese haciendo ninguna locura que pudiese perjudicar a su amigo albino. Sabía que era improbable que se acercase a su hermana, pero aún así la cazadora no podía evitar sentirse algo intranquila al respecto. Además, todavía tenía que hablar con Rowen sobre lo que había sucedido a la entrada del túnel de Arcania. Ya lo haría cuando volviese de esa misión.
Hëkathe continuó caminando por el bosque, mientras el sol seguía su curso entre las copas de los árboles, buscando cualquier pista. Cuando el sol estaba en lo más alto la encontró. Un pequeño trozo de tela rojiza pendía de un arbusto, como una gota de sangre.
—La niña llevaba una capa roja, ¿verdad? —preguntó en voz alta. Fenrir se acercó y husmeó el cacho de tela.
La cazadora se agachó y observó el suelo. Podía ver las ligeras pisadas de la niña sobre la hierba, que aún estaba ligeramente aplastada. Por la separación de las huellas, la joven guardiana supuso que estaba huyendo. Los ojos verdes de Hëkathe se entornaron, extrañados. Nada la perseguía, solo había un par de huellas.
Sin decir nada, la arquera comenzó a seguir el rastro, con su lobo gris a la cabeza, olfateando el suelo en busca del olor de la niña. Durante unas horas, caminaron despacio por el bosque, atentos a cualquier indicio de un cambio de dirección. Cuando la tarde comenzaba, la cazadora y su lobo llegaron hasta una cueva. Las pisadas eran allí mucho más frescas y se marcaban en la tierra marrón, en la que no crecía la hierba.
Hëkathe acarició las plumas grises de una de sus flechas y la extrajo de la aljaba, con un sonido quedo como un susurro. La colocó con cuidado en la cuerda del arco y avanzó con cuidado hacia la pequeña caverna.
—¿Hay alguien ahí? —preguntó la guardiana con un tono tranquilo y seguro, el mismo que utilizaba para hablar con los animales. Su capa verde rozaba contra los talones de sus botas cada vez que daba un paso, despacio, sin apenas hacer ruido.
Una voz aguda y temerosa le respondió.
—¡S-Sí! —una niña pequeña, con un vestido blanco manchado de tierra y una roja con capucha deshilachada en los bordes, se mostró ante la cazadora—. ¿Has venido a ayudarme? —los ojos castaño claro contemplaban llenos de miedo a Hëkathe. Un tirabuzón rubio caía sobre el rostro pálido de la niñita.
Hëkathe devolvió la flecha a su aljaba y se cruzó el arco sobre la espalda, sobresaliendo por el lado derecho.
—Soy una guardiana de Arcania —la cazadora se acercó a la niña, que retrocedió un poco, temblando—. Tu madre me ha mandado a buscarte, está muy preocupada por ti —continuó la cazadora, agachándose para que su rostro quedase a la misma altura que el de la pequeña. Apoyó su mano derecha en el suelo para mantener el equilibrio y sintió entre sus dedos el áspero tacto de la tierra—. Te llevaré a casa.
—¿D-De verdad? Pero no puedo —la niña negó con la cabeza y sus ojos se llegaron de lágrimas. Clavó la vista en el suelo y agarró su vestido blanco con las manos, nerviosa. Hëkathe no dijo nada y el silencio se hizo en el bosque, esperando junto a la guardiana a que la pequeña continuase hablando—. ¡No puedo irme sin haber visitado a la abuelita! —gritó angustiada la niña—. Le había traído comida y medicinas en la cesta... —hizo un ademán hacia la pequeña canasta de mimbre que había en la entrada de la cueva—. ¡Pero ese lobo rondaba la casa y no me atreví a acercarme más!  ¡Huí hasta aquí y me he comido parte de lo que le traía! —la niña alzó la mirada hacia Hëkathe, llorando con fuerza—. ¡Tienes que salvar a la abuelita! —rogó.
Hëkathe se acercó aún más y sostuvo a la pequeña por los hombros, que temblaba entre llantos.
—No te preocupes, lo haré —le dijo con seriedad. Esperó a que la niña se calmase un poco antes de volver a hablar—. ¿Dónde está la casa de tu abuela?
La niña levantó una mano y señaló hacia el noroeste con el dedo índice.
—Muy bien. Sé una buena chica y quédate aquí hasta que vuelva a buscarte, ¿de acuerdo?
La pequeña asintió con la cabeza y la cazadora la soltó, levantándose con agilidad. Sin perder ni un instante, empezó a caminar hacia la dirección que le había indicado.
—¡Buena suerte! —escuchó cuando estaba a punto de desaparecer entre los árboles. La cazadora hizo un ademán de despedida con la mano.

"Has sido extrañamente amable con esa niña. Casi podría decir que hasta dulce" —los ojos dorados del lobo gris no se apartaban de la pequeña cabaña que había entre los árboles. Las ventanas estaban tapiadas con unas tablas, pero la luz se colaba a través de los resquicios e iluminaba la noche de luna llena.
Hëkathe estaba a un par de metros sobre el suelo, en la gruesa rama de un castaño, oculta entre el follaje y con el arco preparado para disparar. Su cuerpo estaba tenso y comenzaba a notar calambres en la pierna derecha por la mala postura en la que estaba. Deseaba que el lobo que había dejado todas esas huellas alrededor de la cabaña de la abuela apareciese de una vez para poder acabar con él.
"Solo la tranquilicé, eso es todo" —le respondió mentalmente la guardiana.
"¿No será que te recordaba a alguien?" —insinuó Fenrir.
Hëkathe no respondió y se concentró en sus sentidos. Podía escuchar las hojas de las copas moverse y el canto de la lechuza detrás de ella. En el suelo del bosque se oía el correteo de los pequeños roedores. El aroma de las plantas se mezclaba con uno mucho más fuerte y corrupto. La joven de las trenzas ya se había acostumbrado a él, era el hedor de la muerte. El lobo que rondaba la casa de la abuelita no era ya de este mundo.
Las horas de tensa espera continuaron, hasta que cuando la luna llena brillaba en lo más alto del cielo, rodeada de su corte de refulgentes estrellas, un tenebroso aullido hizo que todo el bosque se quedase en silencio. Por un lateral de la cabaña apareció un enorme lobo negro. Tenía numerosas calvas en el pelaje y la piel de sus patas traseras colgaba hecha jirones, mostrando la carne putrefacta. El no-muerto clavó sus cuencas vacías en el árbol en el que se ocultaba Hëkathe.
La guardiana silbó y Fenrir lanzó un potente aullido, saltando sobre el no-muerto como un huracán gris. Tras rodar por el suelo propinándose zarpazos y mordiscos, los dos lobos se separaron de un salto, midiendo sus fuerzas. En el instante en el que el no-muerto se disponía a abalanzarse sobre el lobo de ojos dorados, la arquera soltó la cuerda del arco y una flecha se clavó en el pecho del animal negro. Fenrir aprovechó el momento y se arrojó sobre su garganta, desgarrándola. El no-muerto se derrumbó con un gañido ahogado.
—Ya podemos ir a buscar a la niña —dijo Hëkathe, dejándose caer desde la rama y aterrizando en el suelo con un golpe amortiguado.

La cazadora, con Fenrir a su lado, observaba incómoda cómo la anciana y su nieta se abrazaban con fuerza entre lágrimas. La luz del amanecer comenzaba a filtrarse entre las maderas que tapiaban las ventanas e iluminaban el interior de la modesta cabaña, de una sola habitación. Hëkathe esperó a que las dos parientes se separasen.
—Os escoltaré hasta fuera del bosque —les dijo—. Puede que ese no-muerto no fuese el único.
—Muchas gracias —la anciana la miró con los ojos llenos de agradecimiento.
—No hay de qué —Hëkathe hizo un vago ademán con la mano—. Estaré esperando fuera.
La cazadora abrió la puerta y salió al exterior. Alzó el rostro hacia el cielo, que comenzaba a iluminarse con unos bonitos tonos dorados.
Y por fin acabo la misión de primavera. Esta vez es corta y relajada, sin que pase nada malo. Disfrutad del paseo por el bosque.

Para El Pacto de Arcania de :iconcuentos-por-colores:
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Reigkye's avatar
Hëkathe está irreconocible, entre su pesar por la derrota y su preocupación por los niños xD Ya te la revisaron pero la subo al grupo, que Kast se olvidó ^^