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3. Letargo

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LordYorch's avatar
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Las manos le ardían. Llevaba varias horas practicando con su arco en la sala de entrenamiento del tercer piso. Multitud de flechas estaban clavadas en una diana al fondo de la estancia, iluminadas por la luna que empezaba a descender por el cielo. Todos habían dado en el centro del blanco, guiadas por su pericia y la rabia. A la cazadora le gustaba pensar que esa diana era el cuerpo de Lucien y que sangraba cada vez que recibía el impacto de uno de sus proyectiles. A estas alturas de la noche, su sangre ya cubriría toda la habitación como una marea roja bañando la arena de una playa desierta.
“Ojalá hubiese algún tipo de blancos móviles —pensó Hëkathe—. Así no mejoraré nunca. No creo que Lucien se quede quieto cuando llegue la hora de mi venganza.”
“No te preocupes, podrás practicar en la misión —le dijo el lobo gris, que contemplaba a su ama con sus ojos dorados, acostado bajo el marco de una ventana—. Deberíamos salir ya si queremos cumplirla a tiempo.”
“Tienes razón —Hëkathe suspiró.”
Se colgó el arco al hombro y con paso ligero se encaminó hacia las dianas. Recogió todas las flechas, que estaban profundamente clavadas en la paja prensada, con cuidado de no romper el astil de fresno. Colocó todas sus flechas en el carcaj y se dispuso a salir por el pasillo. Con un gesto de la mano, la cazadora llamó a Fenrir, que se incorporó desperezándose y la siguió.
Hëkathe bajó hasta la entrada del Castillo de los Sueños, no sin antes pasar por el dormitorio de la segunda planta para recoger el dinero que tenía ahorrado más el que le había enviado Haru para alquilar el caballo necesario para cumplir esta nueva misión en el plazo estipulado. También cogió los dos sellos rojos necesarios para entrar y salir de Arcania y, por si acaso, el sello de restricción que había ganado con su primera misión, aquella en la que había matado por primera vez a otro ser humano. Los primeros días, la parte de su corazón que aún era bondadosa había estado muy atribulado, pero el lado vengativo y sediento de sangre de la guardiana pronto se impuso.
La arquera cruzó el puente y se dirigió directamente a los establos de Vzok. Como siempre, a pesar de la hora, estaban abiertos. Parecía que el hombre lobo no durmiese nunca. De todos las personas a las que había conocido, el corpulento palafrenero era la que mejor le caía. Probablemente se debiera a que no era estrictamente humano y tuviese parte de lobo. Además, ambos compartían su amistad hacia los animales.
Vzok se levantó de la tosca silla en la que dormitaba cuando vio entrar a Hëkathe. El hombre también tenía una buena opinión de la guardiana novata. Parecía que apreciaba a los animales, trataba bien a los caballos y era bastante reservada, sin meterse en los asuntos de lo demás.
—Buenos días —saludó Vzok a la cazadora—. O más bien noches. Buenas noches a ti también, lobo —Fenrir respondió al saludo con una serena inclinación de cabeza.
—Buenas noches. Siento molestarte a estas horas intempestivas, pero debo partir —contestó Hëkathe. Aún se sentía algo intimidada por la enormidad del licántropo.
—Supongo que querrás montar a Hofvarpnir de nuevo —dijo Vzok mientras iba a buscar a la yegua. Volvió con el gris corcel ya ensillado—. Como la primera vez has cumplido bien, esta te dejaré pagar al volver.
—Muchas gracias —respondió la cazadora, con el semblante impasible—. Trataré bien a la yegua no te preocupes.
Hëkathe salió de los establos y montó rápidamente sobre Hofvarpnir. Espoleó a la yegua y salió rápidamente de Arcania, con Fenrir corriendo a toda velocidad a su lado.
“Parece que esta vez tienes prisa —dijo el lobo.”
“Cuanto antes llegue a Sanka, antes acabaré la misión. Además cuanto antes llegue y me encargue de ese no-muerto que se supone que expande la enfermedad, menos gente fallecerá —respondió Hëkathe.”
“¿Ahora te preocupa salvar vidas? —la voz de Fenrir sonó irónica.”
“No, pero es bueno caerle bien a la gente. Así son más confiados.”
Con esto puso fin a la conversación. Cuando salió del pasadizo bajo las montañas y llego al reino de los humanos, el sol ya estaba en su cenit. Hëkathe contempló breves instantes el disco ardiente, dejando descansar a Hofvarpnir y volvió a iniciar la marcha, dirigiéndose hacia el norte.


Galopando a toda velocidad, la guardiana recorrió rápidamente las leguas que la separaban de la ciudad de los mercaderes. Todos los que se cruzaban con ella por la carretera quedaban asombrados al verla cabalgar a tanta velocidad con un lobo de ojos dorados como el sol a su lado.
Al día siguiente, tras un par de horas de sueño, llegó a Sanka con las primeras luces. Era una ciudad relativamente grande, de altas casas de madera. Los jirones de niebla matutina acariciaban los tejados, dándole un aspecto espectral al lugar. Unas pocas personas salían de sus hogares lentamente, desperezándose y mentalizándose para afrontar las duras tareas diarias.
Hëkathe entró en la ciudad con Hofvarpnir al paso, fijándose en todos los detalles, intentando detectar alguna anomalía. La humedad de la niebla se le pegaba a la cara de manera bastante molesta y le encrespaba el pelo. Además, el aire olía a lluvia. La cazadora pensó que necesitaría una buena capucha.
El ambiente en la ciudad era bastante extraño. Había mucho silencio, a pesar de ser tan temprano, para tratarse de una ciudad de comerciantes. A esas horas debían empezar a llegar los carros cargados de mercancías para los negocios del día y los mercaderes deberían estar ajetreados abriendo sus establecimientos. Sin embargo, a medida que Hëkathe avanzaba, comprobó que en muy pocos comercios y talleres había señales de actividad. Las pocas personas que se veían por la calle tenían semblante serio y parecían aterrorizados por una amenaza invisible, aunque le lanzaban miradas curiosas a ella y a su lobo.
La impresión de la cazadora de que pasaba algo raro se confirmó cuando llegó a la plaza central, vacía. Era una plaza cuadrada, en la que teóricamente debería desarrollarse el mercado diario. El conjunto estaba presidido por un edificio de piedra que destacaba sobre el resto de la ciudad de madera. Con sus soportales y la torre-campanario que se perdía entre la bruma como el aletear de un gorrión en el bosque, Hëkathe supuso que sería la sede del concejo de la ciudad. Tendría que visitarlo para informarse de la situación.
En un extremo de la plaza se alzaba otro gran edificio de dos plantas, aunque solo la baja era de manufactura pétrea. Era la Casa de Curas, tal y como indicaba el símbolo de la serpiente enroscada en una copa esculpido sobre el dintel de la entrada. Las ventanas abiertas reflejaban cierta actividad dentro, mayor que en el resto de edificios de la ciudad. También tendría que visitarlo para comprobar el estado de los enfermos.
En la parte opuesta de la plaza había otro edificio destacable, todo de madera, la mejor posada del lugar. Tenía tres plantas, que estaban abarrotadas de ricos comerciantes con los bolsillos repletos de oro en la época de las grandes ferias de verano, que convertían a la ciudad en la capital económica del reino humano. Anexo a la posada estaba un amplio establo, hacia el que se dirigió Hëkathe montada en Hofvarpnir.
“El ambiente de esta ciudad es bastante extraño —dijo Hëkathe mientras los cascos de la yegua repicaban sobre el adoquinado, el único sonido que se escuchaba en la vacía plaza.”
“Sí. Percibo una presencia maligna acechando en algún lugar cercano —Fenrir escudriñaba todo lo que lo rodeaba, completamente alerta.”
“Tendremos que investigar, pero primero deberíamos dejar a buen recaudo a nuestra cuadrúpeda amiga —dio unas amigables palmadas en el cuello de la yegua para reafirmar sus palabras—. Ha hecho un gran trabajo trayéndome hasta aquí tan rápido.”
La guardiana llegó ante las puertas del establo y vio que estaban abiertas.
—¿Hay alguien aquí? —preguntó Hëkathe, esperando que apareciese algún mozo de cuadras para atenderla—. Qué raro —dijo al no escuchar respuesta alguna.
Desmontó y entró en las caballerizas. Estaban todas vacías. Parecía que la inexistente actividad del mercado municipal estaba afectando negativamente a la posada. Condujo a Hofvarpnir hacia un compartimento vacío y la desensilló y le quitó las bridas. Después, cogiendo un cepillo que estaba tirado en el suelo, almohazó a la yegua. Mientras tanto, Fenrir, sentado sobre sus patas traseras, contemplaba las paredes oscuras del interior del establo, esperando a que la guardiana terminase.
Al finalizar, el corcel relinchó y se tumbó en el suelo, dispuesta a descansar tras un agotador viaje. Hëkathe sonrió y le acarició la frente. Después salió del establo y se dirigió hacia la puerta de la posada, marcada por un cartel pendiente sobre oxidados hierros que ponía “El tonel feliz”.
“Espérame aquí fuera —le dijo Hëkathe a Fenrir—. No quiero que asustes a quien esté dentro.”
“Aguardaré aquí hasta que el cuerno del fin del mundo resuene en los cielos —el lobo se sentó y alzó las orejas, vigilante.”
La cazadora empujó la puerta, que se abrió chirriando y entró en El tonel feliz. La estancia estaba completamente vacía, a excepción de la posadera, que estaba apoyada en la barra, aburrida por no tener nada que hacer.
—¡Un cliente! —exclamó la tabernera, incorporándose, al ver entrar a la guardiana—. ¡Por fin!
Hëkathe cruzó la sala y se sentó en un taburete de tres patas junto a la barra.
—Ponme una cerveza —dijo—. ¿Por qué esto está tan vacío?
—¿No sabes lo que sucede en esta ciudad? —le preguntó asombrada la posadera, mientras escanciaba en una taza de madera una oscura cerveza de un tonel que tenía montado sobre un par de caballetes.
—Acabo de llegar. Solo he notado que hay muy poca actividad y no hay mercado.
—Pues igual deberías irte pronto. Ha estallado una epidemia muy contagiosa —le dijo la posadera—. Los comerciantes de la zona lo saben y por eso ya no vienen. Todo el mundo tiene miedo.
—¿Qué epidemia exactamente?
—Comenzó hace casi un mes. Un par de personas empezaron a sentirse somnolientas, pero en el médico no le dio importancia. Poco después entraron en un sueño profundo del que no despertaban. Dejaron de comer y al final murieron. Desde la segunda semana, la enfermedad se ha ido extendiendo y ahora mismo la Casa de Curas está abarrotada con unos treinta afectados. Nadie sabe cómo tratar a los enfermos y todo el mundo tiene miedo. El concejo ha llamado a un guardián de Arcania porque sospechan que la epidemia no es natural. Así que, a pesar de que seas mi única cliente en varios días, te aconsejo que te marches.
—No voy a irme hasta que descubra el origen de esa epidemia. Soy la guardiana de Arcania que habíais llamado —la posadera se quedó sorprendida ante la revelación. Esa joven no se parecía a los poderosos guardianes sobre los que hablaban las leyendas—. Creo que me quedaré aquí un par de días, necesitaré una habitación.
—D-De acuerdo —dijo la mujer todavía anonadada—. Son tres cobres la noche.
Hëkathe rebuscó en su petate y puso los tres cobres sobre la mesa. La posadera sacó de debajo de la barra una llave de bronce.
—Acompáñame, te llevaré a la habitación —salió de detrás de la barra y se dirigió a las grandes escaleras que conducían hacia los pisos superiores de la posada. Por el ornamentado pasamanos parecía que la posada solía estar más concurrida normalmente.
Al llegar al piso de arriba, la mujer abrió la primera puerta y entró en la habitación. Hëkathe la siguió y vio que se encontraba en una habitación bastante espaciosa, con una gran ventana que daba a la plaza y una gran cama con un dosel carmesí. Pegado contra la pared de la derecha había un escritorio de madera con una mullida silla tapizada a juego con la cama. Encima de la mesa estaba un candil y útiles varios para escribir. Un par de plumas grises, parecidas a las saetas de la cazadora, un tintero, un raspador para eliminar los borrones y varios pergaminos. En el lado opuesto de la habitación reposaba una baja cómoda con varios cajones. Sobre ella había una jarra y una palangana para asearse y un espejo de azogue, algo borroso por el tiempo.
—Esta es la mejor habitación de la posada, pero como has venido a salvarnos, te la dejo al precio de mi habitación más barata —la mujer le tendió la llave a Hëkathe. Esta la cogió y se la metió en la bolsa del dinero que llevaba al cinto—. Traeré agua por si quieres asearte —la posadera cogió la jarra sobre la cómoda y se dirigió hacia la puerta de la habitación.
—Muchas gracias. Espero acabar con este asunto lo antes posible —la voz de Hëkathe era neutra, sin expresar agradecimiento precisamente—. A mi caballo le vendría bien algo de agua y de alfalfa para recuperarse de la fatiga del viaje.
—Por supuesto, iré a buscar al mozo de cuadras para que se ocupe de ello —dicho esto, la posadera se retiró de la habitación cerrando la puerta.
Hëkathe dejó el zurrón sobre la cama y se acercó a la ventana para contemplar la plaza desierta.
“Qué cobardes son los habitantes de Sanka. Al menor contratiempo se esconden en sus casas, esperando que alguien los salve. Si no hiciese nada, acabarían muriéndose de hambre por no salir a trabajar —pensó Hëkathe—. Hum... Es bastante tentador... La cazadora sonrió sardónicamente ante la idea.”
“Ni se te ocurra —era la voz de Fenrir—. Tienes que cumplir la misión. Si dejas morir a toda una ciudad, te expulsarán de Arcania. Y no podrás conseguir el poder que necesitas para vengarte.”
“Lo sé, no tienes que decírmelo. Me vengaré cueste lo que cueste, aunque tenga que ayudar a pueblerinos asustadizos —le respondió—. ¿Cómo van las cosas por ahí fuera?”
“El sol sigue en su sitio y los mortales no han sido convocados al fin del mundo, si eso es lo que quieres saber —Fenrir percibió perfectamente que eso no era lo que su ama le había preguntado y enseñó los dientes con una sonrisa lobuna—. Si nos centramos en temas más mundanos y banales, no hay ni un alma a la vista, pero sigo notando un aura maligna en esta ciudad. Es especialmente intensa en la Casa de Curas. Deberíamos ir a echar un vistazo.”
“Primero deberíamos ir a hablar con el burgomaestre por si puede darnos más información —Hëkathe ya estaba bajando por las escaleras mientras respondía.”
En cuanto salió por la puerta de la posada y volvió a respirar el húmedo aire neblinoso de Sanka se dirigió hacia la sede del concejo de la ciudad, que parecía tan muerta como el resto de la plaza. Parece que el poder político también se veía inerme ante la enfermedad. Hëkathe llegó ante el gran portón del edificio de piedra, que estaba cerrado a cal y canto.
—¡¿Hay alguien ahí dentro?! —la cazadora golpeaba con furia la puerta—. ¡Tengo que hablar con el burgomaestre!
“Si el líder se esconde, poco pueden hacer sus soldados —reflexionó Fenrir.”
Tras un par de minutos de incesantes golpes, se escucharon pasos detrás de la gran puerta y el pesado ruido de una gran tranca deslizándose. Una de las hojas se abrió y se vio una pequeña cabeza calva con unos ojillos saltones, que descansaba sobre un cuerpo también menudo y ya entrado en años.
—¿Quién eres y para qué quieres hablar conmigo? —dijo el hombre con una voz extrañamente grave para el tamaño de su cuerpo.
—¿Tú eres el burgomaestre? —preguntó Hëkathe algo extrañada.
—Sí, soy Lidas, quinto alcalde de esta ciudad de la excelsa familia Oldryn y tú, ¿quién eres? Es un poco grosero por tu parte venir a ver al burgomaestre con esos harapos —le respondió el burgués con altivez y con una mirada de desdén en sus ojos negros.
“Genial —pensó Hëkathe—. Un noble de rancio abolengo con ínfulas. Igual debería hacer que corriese desnudo por todo el pueblo para que se le bajase un poco esa soberbia. Aunque en lo de los harapos algo de razón tiene —la cazadora miró sus bastas ropas, confeccionadas por ella misma en el bosque—. Cuando acabe esta misión y cobre, tendré que solucionarlo.”
—Soy Hëkathe, de la nada ilustre familia Holbein. Pero soy guardiana y me han enviado de Arcania para que te salve ese huesudo trasero que tienes. O quizás para pateártelo, depende lo colaborador que te muestres —Lidas lo miró asombrado a la, en su opinión, descarada joven. Nadie se atrevería a hablarle así al burgomaestre, la persona más poderosa de Sanka.
—¿Y cómo sé yo que eres una guardiana de verdad?
—¿A cuánta gente conoces que vaya por ahí con un lobo? —en ese momento, el hombre bajó la mirada y contempló a Fenris por primera vez, con los ojos desorbitados de terror. El lobo gris le dedicó una sardónica sonrisa.
—V-Vale. ¿Qué necesitas?
—Información. Quiero conocer todo lo que sepas sobre la enfermedad.
—Veamos... Hace tres semanas y media, más o menos, se dio el primer caso. Alyss, la panadera, se sintió muy cansada y al cabo de unas horas se durmió por completo. Se la llevaron a la Casa de Curas al ver que llevaba más de un día durmiendo y al principio podían darle caldo para alimentarla. Pero a la semana dejó de tragar y acabó muriendo. Desde entonces la enfermedad ha comenzado a extenderse alarmantemente y ya hay casi cuarenta afectados. Si quieres informaciones más concretas tendrás que ir a la Casa de Curas que está justo ahí —el hombre señaló hacia el edifico que la serpiente esculpida sobre la puerta—. Pregúntale a Elric, el galeno al cargo. Y por mi parte no tengo nada más que decir. Más te vale que soluciones el problema antes de que muramos todos —dicho esto Lidas cerró inmediatamente la puerta y Hëkathe escuchó cómo la atrancaba de nuevo.
La guardiana suspiró con resignación por la escasa información y salió de los soportales para dirigirse a paso rápido hacia la Casa de Curas.
“Creía que intentabas caerle bien a la gente para sacar más provecho de ellos —dijo Fenrir.”
“Sí, pero no puedo soportar a los nobles cretinos —Hëkathe apretó los nudillos, pensando en otros rico engreído.”
La cazadora llegó ante el edificio y tras contemplar breves instantes la serpiente enroscada en un cáliz, entró por la puerta, que sí que estaba abierta. El aire del interior estaba muy viciado y hedía a muerte. Fenrir arrugó el hocico. A lo largo de toda la planta baja había numerosos enfermos sobre improvisados catres de paja y unas cuantas sanadoras caminaban entre ellos intentando atenderlos. También había numerosos familiares que acompañaban apenados a sus seres queridos, algunos incluso con lágrimas en los ojos.
Hëkathe interpeló a una joven sanadora de ojos grises que pasó a su lado:
—¿Dónde está el galeno, Elric?
—Arriba, haciendo la ronda —dijo la mujer, casi sin ver a la guardiana por lo atareada que estaba.
Se dirigió escaleras arriba en busca de Elric. La escena era exactamente igual que la de la planta baja, docenas de enfermos dormidos profundamente acompañados por sus desconsolados familiares y amigos. Hëkathe divisó a un hombre con bata blanca al fondo, examinando a una mujer encinta que dormía profundamente. Se encaminó hacia allí. El abultado vientre de la mujer indicaba que el embarazo estaba ya muy avanzado. Junto a ella, y agarrando su mano con desesperación, se encontraba un hombre de rostro demacrado que contemplaba compungido a su esposa durmiente.
El galeno se dio la vuelta al escuchar llegar a alguien. Se trataba de un hombre de mediana edad, de pelo castaño claro y ojos verdes. Tenía ojeras de cansancio y barba de tres días.
—¿Eres Elric? —preguntó la cazadora. El galeno asintió cansado con la cabeza—. Soy Hëkathe Holbein, guardiana de Arcania. He venido a averiguar si esta enfermedad esta causada por algún motivo sobrenatural y solucionarlo si es así.
—Por fin. Alguien que viene a ayudar —la voz de Elric sonó cansada—. Ya no damos abasto con tantos enfermos. Toda la ciudad tiene miedo y todos los sanos que no tienen ningún pariente enfermo se han encerrado. Empezando por el alcalde —a la joven no le sorprendió escuchar eso.
“Está claro que todos son iguales —pensó Hëkathe.”
—Es muy probable que esta enfermedad tenga un origen sobrenatural —continuó Elric—. Nunca había visto algo así. Y los tratamientos no funcionan. Si no consigues hacer algo, todos morirán. Y si se sigue extendiendo a esa velocidad, Sanka será un cementerio en menos de un mes.
“Probablemente el cementerio más grande de todo el Reino del Oeste —ironizó Fenrir—. Qué dura es la mortalidad.”
—Haré todo lo que esté en mi mano —dijo Hëkathe—. ¿Hay alguna zona de la ciudad que esté especialmente afectada?
—Hum... Ahora que lo mencionas —el galeno se acarició la barbilla pensativo—. La mayor parte de los casos se han dado en el barrio este de la ciudad. Quizás deberías empezar por ahí.
—Eso haré. Muchas gracias —se despidió de Elric con un ademan de la mano.
Hëkathe se había dado la vuelta y se disponía a marcharse cuando algo le agarró de la manga. Se trataba del marido de la embarazada.
—Por favor... Tienes que hacer algo... P-Por Olvia. Está embarazada... Va a ser nuestro primer hijo... —el hombre rompió en sollozos.
—Haré todo lo que esté en mi mano —los ojos de Hëkathe al contestar eran increíblemente fríos y duros. Ese hombre ya se había derrumbado y su esposa e hijo aún estaban vivos. Quizás debería dejar que muriesen para que supiese el auténtico dolor que supone la soledad.


Hëkathe avanzaba entre las estrechas callejuelas del este de la ciudad. Llevaba ya un par de horas buscando algún rastro de no-muertos que estuviesen causando esa epidemia. Fenrir notaba que por esa zona había una gran presencia maligna, pero todavía no se habían encontrado con nadie.
La cazadora estaba cada vez más hastiada de esas angostas calles opresivas y de los habitantes de Sanka. Todas esas ratas cobardes se habían escondido ante el menor signo de peligro y no dudaba que huirían si las cosas se ponían peor. La mayoría de ellos, empezando por el burgomaestre, se habían limitado a pedir la ayuda de Arcania y quedarse de brazos cruzados mientras un extraño resolvía los problemas de su ciudad. Hëkathe pensaba seriamente que no valía la pena socorrerlos. Gente así de cobarde no sería de utilidad en el futuro ante algún gran peligro que requiriese que todos se uniesen para combatir al enemigo.
“Pero tienes que cumplir las órdenes si quieres ascender y ganar el poder suficiente para vengarte —dijo Fenrir interrumpiendo sus pensamientos.”
“Supongo que tienes razón —suspiró Hëkathe—. Por cierto, si yo me hago más fuerte, tú también lo serás, ¿no?”
“Sí. Por fin podré alcanzar al sol”
Tras esta breve conversación, continuaron rastreando las calles mientras el día se consumía. A medida que pasaba el tiempo, Hëkathe se preocupaba cada vez más por qué haría al encontrar al no-muerto al que no podía ver. Pero había trazado un plan con Fenrir. El lobo se situaría en todo momento detrás del enemigo para que la cazadora pudiese apuntar hacia él y disparar con la certeza de que alcanzaría al no muerto. Con la agilidad de su mascota, no debería haber ningún problema.
Al doblar la esquina para entrar en un callejón sin salida, Hëkathe comenzó a notar cómo le temblaban las piernas. Lo achacó al cansancio y continuó por la callejuela. Pero un par de pasos después, las piernas le cedieron y cayó de rodillas. Intentó levantarse, pero su cuerpo no le respondía.
“¡¡Hëkathe!! ¡El ser está aquí delante! —el grito de Fenrir resonó en su mente. El lobo contemplaba con sus ojos dorados a un pequeño ser de aspecto deforme, con la carne de la cara medio derretida y llena de pústulas. Dos ojos blanquecinos brillaban con maldad. El ser comenzó a avanzar hacia ellos, con su brazo derecho extendido hacia la cazadora, mientras que el izquierdo parecía estar fundido con su carne—. ¡¡¡Hëkate!!! ¡Reacciona! —la cazadora intentaba a duras penas mantener los ojos abiertos— ¡Usa tu sello de restricción, sino te adormecerás y el ser te matará!”
“¿Ese iba a ser su final? —se preguntó Hëkathe.”
No podía ser, no podía morir de una manera tan triste. Tenía una venganza que cumplir. Las cosas no iban a quedar así. La humanidad iba a pagar el haberle dado la espalda en su momento de mayor necesidad y pensaba asesinar a Lucien con sus propias manos. Agarraría su cuello de niño rico y apretaría hasta que su rostro se quedase morado y el poco aire del interior de sus pulmones se hubiese agotado.
La cólera se apoderó del interior de Hëkathe e hizo que el cansancio se disipara en gran parte. La guardiana metió la mano en la bolsa que colgaba del cinturón donde guardaba el dinero y los sellos. Con los dedos palpó el de restricción y lo activó. Un tenue resplandor blanquecino rodeó el cuerpo de la arquera y esta sintió que se desvanecía todo el agarrotamiento de sus músculos.
“¡Fenrir! ¡Vamos! —el lobo saltó ágilmente aprovechando las cercanas paredes de ambos lados del callejón para colocarse detrás del ser del submundo, que se había parado, sorprendido de que alguien pudiese soportar su poder maligno. Fenrir parecía una nube de tormenta acercándose a toda rapidez hacia un peñasco en medio del agitado mar.”
Hëkathe cogió el arco y cuatro flechas que dejó en el suelo junto a ella. Con una rodilla en tierra y la otra pierna flexionada, apuntó hacia Fenrir y disparó. El ser se apartó instintivamente, pero la flecha le alcanzó en el brazo putrefacto que tenía fundido con el torso. Lanzó un inarticulado grito de dolor, y enfurecido, comenzó a correr hacia la arquera, intentando acercarse para tocarla y paralizarla.
Hëkathe vio como el asta de la flecha se movía, como si flotase, hacia ella con gran velocidad. La cuerda chasqueó dos veces en rápida sucesión y dos proyectiles volaron hacia el no-muerto. Uno impactó en plena cara del ser, donde si fuese humano tendría boca y la otra un poco más abajo, en el esternón. El ser trastabilló y cayó al suelo, muerto.
“Buen trabajo —le dijo Fenrir—. Tus flechas son certeras como siempre, a pesar de que no puedes ver a tu enemigo.”
Hëkathe volvió a ponerse al hombro y suspiró, exhausta. Los efectos del no-muerto se habrían desvanecido, pero la tensión de la batalla le había pasado factura y no había comido en todo el día. Se puso en pie y se dispuso a ir hacia El tonel feliz, arrastrando los pasos. Cuando alcanzó la posada se dirigió directamente hacia su habitación, y dejando sus armas en el suelo y quitándose las botas, se metió en cama vestida como estaba. Se durmió en cuenta su cabeza tocó la mullida almohada de plumas. Durante la noche, mientras Fenrir se quedaba vigilante a los pies de su cama, observando con nostalgia a la luna en el cielo, soñó como ejecutaba su venganza hacia Lucien de múltiples formas.


Cuando el sol entró por la ventana, Hëkathe se despertó y se desperezó, estirando los brazos. Se levantó y se miró en el espejo. Sus viejas y ajadas ropas eran demasiado bastas para una guardiana de Arcania. La joven supuso que tendría que conseguir ropa decente.
Recogió sus pertenencias y bajó por las escaleras seguido de Fenrir. A diferencia del día anterior la posada estaba abarrotada y multitud de personas se agolpan, bebiendo y cantando. Supuso que estarían de celebración por el fin de la enfermedad. Se dirigió hacia un hueco libre y, como se moría de hambre, le pidió un cuenco de gachas a la posadera. Esta se lo trajo eufórica.
—No sé que has hecho. ¡Pero todos los enfermos se han despertado! A esto invita la casa, me has salvado el negocio.
—Solo he cumplido mi misión. Muchas gracias —respondió Hëkathe antes de ponerse a devorar las gachas.
Cuando acabó, le dio la llave de su habitación y salió de la posada, esquivando a todos los que intentaban agradecerle que hubiese salvado a la ciudad. Le parecían bastante pesados. Tampoco podía entender cómo ayer estaban todos escondidos en sus casas y ahora parecía que todo el pueblo era una fiesta.
La plaza estaba abarrotada de gente y se escuchaba música por doquier. Los puestos del mercado volvían a estar abiertos y los ciudadanos habían acudido a reabastecer sus agotadas despensas. Hëkathe entró en el establo y ensilló a Hofvarpnir. La montó y se internó por las calles de la ciudad a paso tranquilo para no atropellar a la muchedumbre.
En la calle principal que daba al camino real que venía de Assarov, cerca ya de las afueras de Sanka, la guardiana vio una sastrería abierta y decidió entrar para ver si había algo de ropa más elegante. Ató las riendas de la yegua a una de las postes de madera del pórtico de la tienda y entró en el interior.
Tras una conversación, demasiado larga para el gusto de Hëkathe, con una parlanchina modista, que la reconoció al instante por el lobo que la acompañaba y que decidió regalarle las prendas que quisiera, la guardiana salió vestida con unos pantalones de cuero ajustados que le permitían moverse con comodidad y una chaqueta verde, también ceñida para que no se le enganchase con ninguna rama si tenía que volver al bosque, que tapaba un jubón color musgo.
Con su nuevo atuendo, la cazadora salió de la ciudad a todo galope.


Cuando llevaba unas horas de viaje, en una curva que trazaba el camino para evitar un pequeño río de aguas tranquilas, se cruzó con el carro rechinante de un comerciante, escoltado por un joven de pelo blanco y un hombre a caballo. Cuando se cruzó con este último, a la máxima velocidad de Hofvarpnir, que era mucha, vislumbró fugazmente su rostro.
Le pareció que era familiar. Horriblemente familiar. Mientras seguía galopando, se dio cuenta de que era Lucien. Pero no podía ser. Su rostro parecía distinto... Había un aura extraña que lo rodeaba. Ese hombre era mucho más apuesto. No podía ser él... Además, llevaba una espada y alguien de una familia tan rica no escoltaría a un comerciante... Estaba claro que no era él. Lucien seguiría viviendo felizmente en Rossten molestando a alguna otra joven.
Hëkathe continuó su marcha hacia Arcania, realizando breves pausas para dejar descansar a la yegua. Durante el resto del viaje, a pesar de su autoconvencimiento de que aquel con el que se había cruzado no era Lucien Massys, las dudas la asaltaban. Y junto a ellas la cólera. Si aquel era el objetivo de su venganza, podría haberse deshecho de sus acompañantes en aquel mismo lugar y haber cumplido el primer paso de su venganza. Pero seguro que no era él...
Consumida por los dudas y la rabia, llegó a Arcania después de haber cumplido su misión. Solo quedaba informar del éxito de su misión...
Misión para el juego de rol de :iconcuentos-por-colores:
Lucien y Remiel son de :iconhirdael: y Ezer es de :iconmeru-keepalive:.

Sé que todos estáis esperando el encuentro entre Hëkathe y Remiel, pero tendréis que esperar y comformaros con esto de momento.
La misión se me alargó bastante hasta que me di cuenta que llevaba ya 8 páginas y tenía que ir acabando. Por eso el final puede parecer algo precipitado. Como me descuide, la próxima misión será una novela entera :D

Si hay alguna falta ortográfica por ahí o alguna errata avisadme para que lo subsane.

Y si alguien tiene ánimo para leerla entera, espero que le guste.
Comments13
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Hirdael's avatar
PD: Lucien Lachance... ¿Quién demonios es ese? *Lucien se ofende* ¡No nombres a otro Lucien en mi presencia! ¡Y menos para tratarle de la misma manera amorosa que me tratas a mí* *___*
El apellido de Lucien era Massys