literature

6. Regreso a casa

Deviation Actions

LordYorch's avatar
By
Published:
316 Views

Literature Text

Hëkathe bajaba por los pasillos del Castillo de los Sueños silenciosa como un fantasma, sus botas se deslizaban sin hacer ruido. Su silueta se recortaba fantasmagórica contra la luz de la luna cada vez que pasaba junto a una ventana. Fenrir la seguía, con unos ojos dorados que parecían desafiar al astro plateado, muy preocupado por su ama. Podía sentir su agitación y su rabia. La cazadora avanzaba a grandes zancadas hacia la puerta principal, buscando abandonar cuanto antes el castillo, lleno de miradas acusadoras.
Tras aprobar la prueba de nivel, tenía permiso para abandonar Arcania durante un tiempo para profundizar en el dominio de sus nuevos poderes, que sentía en su interior. Era el momento perfecto para irse tras el altercado que había causado en la taberna. Así podría apartarse durante un tiempo de las miradas inquisitivas que todos dirigían hacia ella allá por donde pasase. Además necesitaba pensar sobre lo que había sucedido, en un lugar cómodo para ella y lo más alejado posible de Lucien Massys.
Lucien...
Hëkathe seguía sorprendida de haberse topado con él en Arcania. Eso significaba que él también era un guardián. Presa de la furia, la cazadora había intentado acabar con él al instante, eliminando a la fuente de su dolor, que la había obligado a exiliarse el bosque durante siete largos años. Por su culpa todos sus seres queridos le habían dado la espalda, ignorando sus súplicas. Era algo que no estaba dispuesto a perdonar. Acabaría con todos ellos y cambiaría para siempre el mundo humano, lleno de injusticias, para que nadie tuviese que sufrir de nuevo lo mismo que ella había sufrido. Empezaría vengándose de Lucien, costase lo que costase. Lo apuñalaría hasta que no quedase sangre en sus frío y cruel cuerpo... Hëkathe apretó los puños con fuerza mientras comenzaba a caminar por el puente que conectaba el Castillo de los Sueños con el centro de Arcania.
“Pero si lo matas, te echarán de Arcania” —la voz de Fenrir sonaba pausada en su cabeza, templando la cólera interna que devoraba a su ama—. “Si te expulsan, no tendrás poder para cambiar este mundo y hacerlo más justo.”
“Ya lo sé, pero.... Tengo que vengarme.” —Hëkathe se aferraba a su determinación.
“Pero no tiene por qué ser ahora. Has esperado siete años, puedes esperar un par de días más” —los dorados ojos de Fenrir se alzaron para contemplar a su ama—. “Yo llevo esperando una eternidad, pero sé que cumpliré mi destino, a pesar de que los dioses me hayan atado con una poderosa cadena forjada por las cosas que no se pueden ver ni oír. La respiración de un pez, el sonido de un gato al moverse, las raíces de una montaña, el silencio de una tormenta, la risa del bosque. Pero sé que cuando llegue el momento ni lo visible ni lo invisible, ni lo humano ni lo etéreo, podrán retenerme e impedir que complete mi sino. También llegará tu momento, no te preocupes.”
“¡No quiero esperar una eternidad!” —dijo la cazadora. Sus botas comenzaron a resonar sobre las piedras del camino que conducía a la plaza central.
“Ten paciencia. Además, ese hombre pelirrojo de la taberna parecía no conocerte. Puede que ni siquiera sea Lucien.”
Hëkathe sabía que tenía razón. En los ojos de Lucien no había visto ningún signo de reconocimiento y el pelirrojo se había quedado muy sorprendido cuando lo había golpeado. Quizás no era él. Además, era algo diferente. Los rasgos eran similares y sus ligeros cambios podían achacarse al transcurrir del tiempo. Pero había algo extraño, casi un aura imperceptible, que rodeaba su rostro y hacía más atractivas sus facciones. No obstante, si no era Lucien, ¿quién era y por qué se parecía tanto a él? El corazón de la guardiana estaba confuso por las dudas. Necesitaba reflexionar sobre ello largamente.
La joven entró en los establos, algo temerosa de encontrarse con Vzok. El licántropo había impedido que matase al guardián pelirrojo en la taberna y le había evitado una expulsión segura. Pero Hëkathe se había limitado a patearlo para que la posase en el suelo. Desde que la había dejado en el puente de acceso al Castillo, no había vuelto a verlo. El hombre lobo estaba ocupándose de los caballos como siempre, pero se detuvo cuando vio llegar a la arquera y se acercó hasta ella.
—Buenas noches —dijo Vzok, rompiendo el incómodo silencio.
—Hola —dijo Hëkathe—. Muchas gracias por lo del otro día. Me salvaste de cometer una locura —el corpulento licántropo lo observaba expectante, esperando una explicación más extensa por parte de la guardiana—. Confundí a aquel hombre con alguien a quien conozco y que me hizo mucho daño. Siento mucho las molestias.
—No pasa nada —le respondió. El licántropo notaba que ese era un tema que a Hëkathe no le gustaba comentar y decidió respetar su intimidad—. Ya sabes que si necesitas ayuda, puedes contar conmigo. Para lo que sea.
—Gracias —le respondió Hëkathe, sonriéndole ligeramente. Estaba contenta de poder contar con el apoyo de Vzok—. Me han dado unos días libres para que perfeccione mis habilidades y voy a salir al exterior. ¿Hofvarpnir está libre?
—Por supuesto —el caballerizo fue a buscar a la yegua y la trajo ya ensillada. Esta relinchó de placer cuando la cazadora le acarició el rostro—. Esta vez es cortesía de la casa —le dijo a Hëkathe sonriendo con su amplia boca.
—De nuevo, te doy las gracias. Por todo —dijo la joven mientras montaba a Hofvarpnir.
En cuanto salió de los establos, Fenrir comenzó a correr delante del jinete. El lobo también parecía deseoso de estirar las piernas por el mundo exterior, que se insinuaba ante ellos tras el fulgor bermellón del sello.

Una vez salidos del túnel, Hëkathe dejó a la yegua gris al paso, disfrutando del paisaje en su viaje de regreso a casa, a los bosques de Gadda. La guardiana contemplaba las onduladas colinas que iban disminuyendo de tamaño a medida que se acercaba a la capital. Estaba cubiertas de fresca hierba primaveral y recibían con ansia la luz del sol, intentando crecer más. El camino serpenteaba entre ellas, aunque Fenrir, para pasar el rato, demostraba su increíble velocidad corriendo arriba y abajo, lo que acarreaba algún que otro susto para las vacas que salpicaban de blanco y negro el verde paisaje mientras pastaban.
Tras pasar la capital, los oteros que flanqueaban el camino dieron paso a extensas planicies, salpicadas de pequeños pueblos cada par de leguas. Los campesinos, tras el duro invierno, se afanaban en arar sus campos para airear la tierra y prepararla ante la inminente siembra, que comenzaría pronto. Los pesados arados se movían gracias a la fuerza de poderosos animales de tiro, normalmente grandes bueyes o poderosos caballos percherones, en el caso de los campesinos más pudientes.
El tráfico aumentaba en el camino cada vez más con mercaderes que transportaban con sus carromatos pieles adquiridas en el mercado de Gadda y que pensaban venderlas en la capital por el triple de lo que les habían costado. Hëkathe sabía muy bien por su estancia en los bosques que rodeaban la ciudad que esos comerciantes eran duros negociadores y regateaban hasta el último cobre. Aunque no los culpaba, la mayoría no tenía otra forma de ganarse la vida que maximizando en lo posible sus ganancias. Tras vender sus productos en la capital, volverían con los carros cargados de herramientas de gran calidad de las forjas de Assarov y algún que otro producto de lujo para vender entre los nobles locales. También traerían sal en abundancia, ya que la ciudad del rey era el principal centro redistribuidor del preciado producto, procedente sobre todo de las islas del oeste, tan necesario para la conservación de los alimentos.
Cuando se acercaba a Gadda, Hëkathe observó que un extraño pájaro trazaba círculos sobre ella a gran altura, descendiendo poco a poco. Fenrir, que volvía a caminar junto a su ama, también contempló con curiosidad al ave, de un negro reluciente y que parecía fluir como la brea.
“Hëkathe, creo que eso no es un pájaro. Es un espectro” —le dijo el lobo—. “Aunque ahora ya deberías ser capaz de verlo.”
“¡Es cierto!” —pensó Hëkathe. Con el incidente de la taberna se había olvidado de que ahora podía ver a los no-muertos. Eso le haría mucho más fácil luchar contra ellos. Pero mucho más. La cazadora sacó el arco y preparó una flecha, mientras presionaba con las rodillas el costado de Hofvarpnir para que siguiese caminando recto.
Tras un tiempo, el ser estaba lo bastante cerca como para poder apreciar sus rasgos distintivos. Tenía una extraña cabeza ovalada, con boca de afilados colmillos en lugar de pico. Sus alas parecían de cuero viejo y no tenían plumas y sus garras eran en realidad patas de cabra. Con un horrible chillido, que irritó los tímpanos de Hëkathe, el ser bajo en picado hacia ella, dispuesta a atacarla. La cazadora tardó solo un instante en apuntar y disparó. La flecha salió volando veloz mientras la cuerda vibraba junto al rostro de la arquera. El proyectil impactó de pleno en el rostro del extraño ser y este se desplomó sobre el camino, unos pasos por delante de los cascos de Hofvarpnir. Hëkathe ya le había cogido el truco a disparar desde el caballo, algo bastante complicado debido a las dimensiones de su arco largo y al vaivén de su montura.
“Buen tiro” —dijo Fenrir ladeando la cabeza para contemplar el cadáver del ave no-muerta, que desprendía un aroma nauseabundo. El asta de la saeta se había roto por el impacto contra el suelo, por lo que la cazadora no la recogió.
“Ahora que puedo verlos es todo mucho más fácil” —dijo Hëkathe—. “Ahora solo me eres útil por la compañía y lo sabías consejos.”
“Cuatro ojos siguen viendo mejor que dos”.

La cazadora se internaba por el profundo bosque que tan conocido le era, aspirando los olores de la primavera y sintiendo el sol en su rostro a través del ramaje de los árboles, que estaban plagados de hojas verdes y nuevas. Hëkathe se sentía como en casa. Había echado mucho de menos su bosque, en el que había permanecido siete años, alejada del mundo, hasta que se fue a Arcania.
La guardiana, con sus pantalones marrones y su chaqueta y jubón verdes se camuflaba a la perfección con el entorno mientras conducía a Hofvarpnir de las riendas por entre los árboles. Fenrir caminaba silencioso un poco más allá, como un espectro que se desliza entre el crepitar del granizo. La joven llegó a un claro ante una pronunciada pared rocosa con una abertura. Ató a la yegua al tronco de un roble, se llevó los dedos a la boca y silbó con fuerza. Se escuchó un ruido procedente de la abertura y cinco lobos salieron corriendo hacia Hëkathe. La cazadora se agachó y abrazó a los animales, que le lamían la cara, ansiosos. Hundiendo la cabeza en el pelaje de uno de los lobos, Hëkathe sintió que todas sus dudas habían desparecido y que por fin había vuelto a casa.
—Me habéis echado de menos, ¿verdad? —la joven estaba alegre, sonriendo a los lobos—. Habéis crecido bastante, sobre todo tú, Cachorrito —le dijo a un joven animal de color negro y ojos azules, que casi era ya tan grande como los otros cuatro lobos de la manada, aunque era solo un cachorro de un par de meses cuando Hëkathe se había ido.
Tras un par de minutos lamiendo a la joven, los lobos se fijaron en Fenrir y se acercaron curiosos a olisquearlo. El lobo de ojos dorado se mantuvo quieto, mirando con curiosidad a sus congéneres, pero sin mostrar demasiado interés. Hëkathe los dejó y entró en la caverna, dónde dejó su macuto. Salió llevando solamente el pergamino que había conseguido al aprobar el examen de nivel y sus armas. Nunca se sabía.
“Me voy” —le dijo a Fenrir mentalmente—. “Tengo que decidir qué voy a hacer ahora. Volveré antes de que anochezca. Quédate aquí con los lobos.”
“Si necesitas algo, solo tienes que llamarme y estaré allí antes de que un colibrí pueda batir dos veces sus alas” —le respondió Fenrir, que se sentó sobre sus patas traseras en el centro del claro.
Hëkathe abandonó el claro y se internó de nuevo en el bosque, pensando en lo que había pasado y si el hombre al que había golpeado era o no Lucien. Y en cómo podría matarlo en el caso de que sí fuese él. Centrada en sus divagaciones, siguió caminando entre los árboles, que se iban espaciando cada vez más a medida que la cazadora avanzaba y se escuchaba el rumor del agua con más fuerza.
La joven llegó a orillas de la cascada de un pequeño río. El agua caía desde unos veinte metros de altura, rebotando contra la pared del afloramiento de afiladas rocas de tonos pardos. Un par de metros más abajo, el agua revuelta se calmaba en profundas pozas cercadas por piedras que surgían del lecho del río como un leviatán de las entrañas del mar. Las suaves orillas del pequeño río estaban cubiertas de fina hierba verde, que invitaba a tumbarse sobre ella para recibir los cálidos rayos primaverales del sol del mediodía.
Hëkathe dejó el arco y las flechas en el suelo, junto con el pergamino y se sentó sobre la hierba. Comenzó a deshacerse con calma las trenzas, hasta que su cabello castaño quedó suelto y libre. A continuación, la joven comenzó a desvestirse, dejando su ropa sobre la hierba cuidadosamente. Sintiendo el aire sobre su blanca piel, completamente desnuda, Hëkathe entró en la poza más grande y se sumergió por completo. La fría agua la revitalizó y tonificó sus músculos. La guardiana comenzó a flotar boca arriba, impulsándose de vez en cuando con las piernas para que la débil corriente no la llevase contra la orilla.
Cerró los ojos y volvió a pensar en todo lo que había pasado en la taberna. Recordó el odio que había sentido al ver a Lucien y cómo lo había golpeado. Si Vzok no la hubiese agarrado la habría matado sin pensárselo dos veces. Pero Fenrir tenía razón, el hombre pelirrojo no sabía quién era ella, así que era posible que no fuese Lucien. Además era ligeramente diferente. Hëkathe decidió que tenía que averiguar quién era ese hombre. Si era aquel a quién odiaba profundamente se vengaría, aunque tuviera que esperar siete años más para conseguir una oportunidad de matarlo sin que la expulsasen de Arcania. Después se vengaría del resto de la humanidad cuando consiguiera el poder suficiente.
Tras un rato más flotando y contemplando el sol entre los árboles, totalmente decidida y sin dudas, Hëkathe salió del agua y se tumbó sobre la hierba verde para secarse al sol. Poco después se vistió, a excepción de la chaqueta verde, y volvió a recoger su hermoso cabello en dos trenzas que le caían sobre el pecho.
La guardiana cogió el pergamino y rompió su sello. Era una misiva escrita por Haru con instrucciones sobre cómo usar su sello.
“Si has conseguido este pergamino es que has superado con éxito la prueba de nivel. Enhorabuena, guardiana. Tras haber desbloqueado tu sello de guardián, te habrás dado cuenta de que parte de tu poder latente se desarrollaba en tu interior. Ahora, cada vez que luches activando tu sello, serás capaz de usar habilidades mucho más poderosas. El método para activar el sello varía según cada guardián, por lo que tendrás que averiguarlo tú misma, mirando en tu interior mediante la meditación. Suerte.”
Hëkathe sabía perfectamente qué tenía que hacer para desbloquear su marca sin tener que meditar y desentrañar los entresijos de su alma. Sabía perfectamente, tras siete años de soledad en el bosque, cuál era la motivación que la impulsaba. Así, cerró los ojos y comenzó a reunir su odio hacia Lucien, sus parientes y amigos que la habían abandonado y por la humanidad en general que permitía que esas cosas sucediesen y quedasen sin castigo. Mientras la cólera brotaba de su interior, la joven notó cómo el sello de su muslo derecho comenzaba a proporcionarle poder.
Se colgó la aljaba repleta de flechas al hombro y empuñó su arco largo. Apuntó hacia el tronco de un tamarindo, se concentró, reuniendo el poder que brotaba de su sello de guardiana, y con un rápido movimiento, disparó dos flechas en rápida sucesión, tan velozmente que el ojo humano no podía percibir el movimiento del brazo derecho de Hëkathe. Las dos saetas se clavaron profundamente en el tronco, separadas una de otra por escasos centímetros. La arquera sonrió satisfecha ante su nueva habilidad. Ya no habría presa que escapase de ella.
Durante el resto de la tarde, la joven siguió practicando para dominar su nuevo poder. Cuando se dio por satisfecha y el sol empezaba a descender por el horizonte volvió hacia la cueva de los lobos. Fenrir la esperaba en medio del claro, con un ciervo muerto a su lado.
“Hemos ido de caza mientras tú meditabas” —le dijo mentalmente—. “Parece que ya tienes las ideas claras”.
Hëkathe asintió con la cabeza y se acercó al ciervo. Parece que ya tenía cena. Estaba hambrienta tras toda la tarde de práctica sin descanso. Cortó una pata con el cuchillo y reunió leña para prender un fuego. Tras una cena rodeada por sus lobos, que dieron cuenta del resto del ciervo, la cazadora se tumbó y contempló las estrellas, decidida a cumplir con su venganza. Fenrir contempló la luna creciente y lanzó un poderoso aullido de advertencia al astro, coreado por el resto de lobos. Los aullidos hicieron vibrar el aire nocturno de todo el bosque.
Misión especial para el rol de :iconcuentos-por-colores:

Espero que disfrutéis del regreso a "casa" de Hëkathe.
Comments16
Join the community to add your comment. Already a deviant? Log In
Reigkye's avatar
Bueno, estoy en plan "voy a ponerme al día", pero como sois cuatro y algunas misiones kilométricas, no prometo terminar pronto xD Como la tuya es la primera que organizo, voy a ver si me pongo al día primero con tu personaje xD

Por un momento, pensé que la vuelta a casa era con sus padres (como leí lo de que perdieron su casa), ilusa de mí xD Fenrir es muy épico, su elección de palabras lo haría digno discípulo de Gandalf, aunque al mago le van más las polillas (¿?).

Me había leído los anteriores, pero tuve que releerlos porque no me acordaba ya casi x.x Así que casi te matas con Remiel en el bar... xD

Como ya está subida y validada, no tengo mucho más que hacer, pero un comentario siempre hace bonito.