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8. Un horrible presentimiento

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Hëkathe contemplaba cómo el sol se acercaba a la tierra a medida que el día retrocedía y la noche avanzaba. La guardiana estaba sentada en el jardín del Castillo de los Sueños, junto al plácido estanque. Fenrir, con su pelaje gris resplandeciente estaba tumbado junto a su ama.
La cazadora había regresado a Arcania tras su breve visita a su bosque y a su turbulento periplo por Thain. Parecía que había conseguido su objetivo y se había olvidado en gran medida su incidente con Lucien en la taberna. Y por suerte, no se lo había encontrado otra vez. A pesar de que ahora estaba más serena y centrada, todavía no era capaz de saber si no perdería el control si lo viese otra vez.
Aunque otros pensamientos rondaban la mente de Hëkathe. Le intrigaba el extraño personaje que había conocido en Thain, que se dedicaba a agitar al pueblo contra los nobles, en busca de la igualdad para todos. Pertenecía a ese extraño grupo, la Hermandad Negra. Quizás valiese la pena averiguar algo más sobre ellos...
“Ten cuidado. He conocido a mucha gente que decía luchar por el bien de los demás y solo lo hacía por el suyo propio” —Fenrir interrumpió el hilo de sus pensamientos—. “Al final de la batalla, lo único que cuenta es tu fuerza, habilidad y tenacidad.”
El lobo tenía razón, la cazadora iría con cuidado. Al fin y al cabo todos los hombres eran iguales y mirarían para otro lado en cuanto sucediese algo que pudiese perjudicarlos. Como habían hecho todos en Rossten, del primero al último de sus habitantes. Pero Hëkathe se encargaría de que todos pagasen por lo que sucedió. Además, ahora tenía que centrarse en su nuevo objetivo. Le habían llegado noticias de una serie de niñas desaparecidas en la ciudad de Yuuma, cerca de la frontera con el Reino de la Luz. La cazadora tenía el pálpito de que estaba relacionada con los esclavistas con los que había acabado en la primera misión. Probablemente fuese una amplia red de tráfico de niñas para ser esclavas o algo incluso peor... Además, así podría volver a salir de Arcania y minimizar las posibilidades de encontrarse con Lucien otra vez.
El sol se puso definitivamente y los farolillos del jardín se encendieron, iluminando a la guardiana con tonos anaranjados. La joven se lo tomó como una señal para partir y se levantó. Comenzó a caminar, con el arco al hombro, hacia el puente levadizo y el lobo gris lo siguió. Cuando se disponía a cruzarlo, una voz la detuvo.
—¡Hëkathe, espera!
La cazadora se dio la vuelta y vio que Ezer, el joven con el que había superado la prueba de ascenso, venía corriendo hacia ella.
—He oído que te vas de misión —le dijo el joven, algo acalorado por la carrera—. Quería pedirte disculpas por mi comportamiento del otro día en la taberna. Tú no tienes la culpa de que yo no sea... humano —a Ezer le costó decirlo—. O por lo menos no totalmente humano.
—No pasa nada —justo después de que el joven guardián se hubiese marchado ofendido de la taberna había entrado aquel hombre que se parecía a Lucien, por lo que Hëkathe no había tenido tiempo de pensar en la reacción de Ezer. Aunque si lo hubiese hecho, solo lo habría considerado el berrinche de un adolescente que no quiere aceptar la realidad.
—Si no te importa, me gustaría acompañarte en tu misión. No me gusta hacerlas solo y en el examen nos compenetramos bien.
La cazadora se quedó con la duda de con quién hacía las misiones antes de la prueba de ascenso, pero no era de su incumbencia. Estaba a punto de decirle que no, que solo sería una molestia, aunque el joven parecía esperanzado e incluso llevaba su equipaje en la mochila que cargaba a su espalda.
“Deberías dejar que viniese. La última vez resultó útil” —dijo Fenrir—. “Si te molesta siempre puedes dejarlo atrás”.
—Muy bien, puedes venir con nosotros. Pero espero que no seas una molestia —dijo Hëkathe, dándose la vuelta y cruzando el puente sin esperar respuesta. Ezer se apresuró para ponerse a su altura.
Los dos guardianes se dirigieron a los establos y cogieron sus monturas. La cazadora solo intercambió un par de frases corteses con el licántropo. Vzok estaba bastante extrañado de que Hëkathe llevase compañía humana a una misión. La cazadora y el joven montaron en Hofvarpnir y Hociquitos y se dirigieron hacia la salida de Arcania.
—¿Cuál es nuestra misión? —le preguntó Ezer, rompiendo el silencio entre los dos guardianes.
—Tenemos que investigar una serie de desapariciones de niñas en Yuuma.
El túnel se abrió ante ellos y Hëkathe dio por terminada la conversación, espoleando a su yegua. La luna iluminaba toda la montaña cuando el joven la siguió.

Al anochecer ya habían recorrido una distancia considerable en su camino hasta Yuuma con lo que, aún deteniéndose a pasar la noche, no llegarían a la ciudad más tarde del mediodía siguiente. Hëkathe parecía tener una prisa inexplicable por llegar a su destino, o al menos por alejarse lo más rápido posible de Arcania, porque no se había tomado ni un momento de respiro y en ocasiones espoleaba a su yegua hasta dejar a Ezer atrás sin darse cuenta. El chico se dijo que no parecía estar acostumbrada a viajar con nadie que no fuese su lobo, ya que además sus intentos de empezar una conversación no habían tenido buen resultado con la chica.
Aún así” se dijo “sigue siendo mejor que tener que viajar solo”. No suponía un cambio demasiado grande, pero al menos podía contar con que alguien le cubriría las espaldas si algo les atacaba. Durante la prueba de nivel, Hëkathe había sido una gran ayuda. Podía atacar desde una distancia considerable, era rápida y tenía buena puntería a pesar de que por aquel entonces no podía ver a los no-muertos. Trabajar juntos podía ser ventajoso para ambos.
Hacía calor. Hasta que llevaron unas cuantas horas de camino ninguno de los dos pareció acusarlo demasiado, pero a esas alturas incluso los caballos parecían molestos y el sudor empezaba a pegar la ropa a la piel de los guardianes.
Decidieron detenerse en un pequeño claro, tras pasar varias horas esperando aparecer una posada en uno de los límites del camino. A pesar de que la vía estaba bastante cuidada, no parecía ser un lugar demasiado transitado. Ataron a los caballos en unos árboles cercanos y encendieron una hoguera más por la luz que porque realmente necesitasen algo de calor. Cenaron en silencio, salvo por un par de comentarios aislados. Decidieron que lo mejor sería acostarse lo antes posible y levantarse temprano para no retrasar más la llegada a la ciudad. No podían permitirse perder el tiempo.
Ezer se ofreció a hacer la primera guardia, así que se quedó junto a la hoguera mientras su compañera se echaba a un par de metros de distancia, con una manta ligera por encima. Fenrir se hizo un ovillo a los pies de la joven. Por un momento, el silencio en el claro fue total.
Ezer tarareaba suavemente con los labios apretados. Llevaba días sin poder sacarse aquella canción de la cabeza, desde que había visitado las ruinas de  Arzwÿn. Sentía que algo no estaba bien. Que algo se le escapaba. Algo...

Hëkathe despertó al escuchar un sonido sordo junto a su cabeza, como de algo pesado cayendo al suelo. Al abrir los ojos no fue capaz de ver nada, y tardó poco en darse cuenta de que alguien había apagado la hoguera. Se incorporó, entrecerrando los ojos con la intención de descubrir algo entre la penumbra, algún tipo de movimiento. Los ojos de Fenrir brillaban a poca distancia de ella, a media altura, como dos faros esperando a que alguien se acercase.
Sin embargo, todo parecía tranquilo. El silencio era completo, a excepción de algunos grillos y la respiración aún rápida de la guardiana. Tal vez habían sido sólo imaginaciones suyas. Estaba ya prácticamente convencida de ésto cuando algo la sujetó con fuerza por el cuello y tiró de ella hasta que su espalda golpeó con el tronco de un árbol cercano, sin darle tiempo siquiera a reaccionar.
—¿Qué...? —gruñó, revolviéndose para intentar soltarse.
Unos ojos de color rojo intenso se posicionaron a escasa distancia de los suyos, ocupando la mayor parte de su campo de visión. Sin embargo, la voz que llegó a sus oídos no se correspondía con aquellos ojos. Al menos, no que ella recordase.
Si te estás quieta nos ahorrarás muchos problemas a los dos, ¿de acuerdo? —Parecía que cada una de las sílabas vibraba en el aire como una canción.
Hëkathe parpadeó con lentitud.
—¿Ezer?
Estaba sorprendida. No había llegado siquiera a plantearse que el chico pudiese ser peligroso, con ese aspecto de cachorro desamparado, y esa era una de las razones por las que en realidad no le había importado que le acompañase. Sabía que podría deshacerse de él si fuese necesario. Sin embargo, ahora sentía en sus manos una fuerza que no habría llegado a imaginar con solo verle.
Su pelo, antes de un blanco inmaculado, tenía ahora un tono negro que se confundía con las sombras de la noche.
Mmmm... más o menos -se rió. Hëkathe intentó golpearle para librarse de él, pero antes de llegar a hacer nada sintió el filo de un cuchillo apoyándose en su cuello—. No vas a darme problemas, ¿verdad? Vamos a llevarnos bien...
Fenrir gruñó, captando la atención del chico que hasta el momento parecía haberse olvidado completamente de él.
Si te acercas, la mato —le advirtió, apretando un poco más el filo contra la piel de la joven—. Lo digo en serio. Sólo quiero mantener una conversación agradable con la —ladeó un momento la cabeza, como preguntándose cómo debía tratarla— señorita Holbein.
—¿Qué demonios eres tú? —le preguntó ella, apretando los dientes.
¿No lo sabes? —su sonrisa pareció ensancharse un tanto—. Fuiste tú la que se lo dijo... Que no es un humano, ¿a que sí? Tendría que haberse dado cuenta él solo, pero... —se acercó un poco más a ella con gesto resuelto, como si quisiese compartir una confidencia— a Ezer a veces le cuesta un poco entender las cosas.
Tenerlo tan cerca le resultaba incómodo. Ezer bajó la mano que le quedaba libre hasta la cintura de Hëkathe, y esto fue más de lo que la guardiana pudo soportar. Le lanzó un puñetazo que alcanzó al chico bajo la barbilla y le lanzó hacia atrás. Ella aprovechó que se habían separado para sacar el cuchillo que llevaba escondido entre sus ropas, para por lo menos estar en igualdad de condiciones. Fenrir se apresuró a colocarse frente a su ama, con el pelaje erizado.
Ezer frunció el ceño con disgusto, frotándose la mandíbula.
Muy bien —esbozó una gran sonrisa, cargada de malas intenciones—. Como quieras, princesa. Juguemos.
Se lanzó hacia ella, sosteniendo un cuchillo en cada mano, dispuesto a cortar o arrancar todo lo que se le pusiese por delante. La habría matado de haber acertado el primer golpe. Sin embargo, Hëkathe no dudó de en qué momento debía apartarse. Era una cazadora, y a lo que se estaba enfrentando se comportaba poco más que como un animal. A pesar de que era rápido, había un patrón claro en sus movimientos, y al cabo de unos minutos, y sin que él se hubiese dado cuenta, ya era la joven la que controlaba la pelea.
Era difícil de contener, porque parecía no cansarse, así que Hëkathe se dijo que lo mejor sería terminar con aquello lo antes posible. Le dejó acercarse, dejó que se confiase lo suficiente como para poder golpearle en la cabeza con todas sus fuerzas. Ezer cayó hacia atrás, con la sorpresa dibujada en el rostro, justo sobre las piedras que habían colocado en torno a la hoguera acabada, y el impacto fue suficiente para dejarle inconsciente.
Hëkathe se mantuvo en la misma posición, respirando pesadamente, durante un par de segundos, como queriendo asegurarse de que no se iba a volver a levantar. Tenía pequeños cortes en los brazos, pero por lo demás estaba intacta. Suspiró y sacudió la cabeza, mientras se acercaba a los caballos. Cogió una cuerda larga de una de las alforjas y se arrodilló junto al chico. Le empujó para girarle y empezó a atarle las muñecas a la espalda.
“¿Piensas dejarlo aquí?” —preguntó la voz de Fenrir en su cabeza.
Ella apretó los dientes.
—Sí —aseguró el nudo y se dispuso a atarle también los tobillos—. No necesitamos más problemas.
“¿En serio crees que es conveniente?”
-¿Y si vuelve a atacarme?
“¿Y si ataca a otro? Deberíamos mantenerle vigilado al menos hasta que volvamos a Arcania. Allí deberían poder encargarse de él... Sea lo que sea”.
Hëkathe miró al lobo, que esperaba sentado pacientemente junto a las monturas. Con un suspiro de agotamiento, levantó el cuerpo inerte del chico y lo colocó sobre la grupa de Hofvarpnir, montando luego ella también.
—Sigue sin parecerme una buena idea —gruñó.
“No te preocupes... yo te cubro las espaldas”.

Cuando Ezer abrió los ojos había un techo sobre su cabeza. Se quedó mirando las planchas de madera, aún cubiertas de estuco en algunas partes, como si fuese la primera vez que veía algo así. Al cerrar los ojos estaba en el bosque. Ahora ya no. No tenía ni idea de qué era lo que había pasado entre medias.
Se incorporó despacio, sintiendo el cuerpo pesado como si le acabasen de dar la paliza de su vida. Se llevó una mano a la cabeza, y un pinchazo de pánico le sacudió al darse cuenta de que no llevaba las vendas. Maldita sea. ¿Qué había pasado?
La habitación en la que estaba era pequeña y se parecía vagamente a la decoración de su dormitorio en Arcania. Estaba tendido en un futón en el suelo, y los escasos muebles eran de una madera oscura que no sabía identificar. Como única decoración había un biombo adornado con pequeñas flores rojas.
Se levantó a trompicones, echándose el pelo hacia delante para esconder la marca en su frente. Se asomó al pasillo, que estaba completamente desierto.
—¿Hola? —llamó.
Tardó un momento en atreverse a salir. No sabía dónde estaban sus zapatos y le molestaban los tobillos cuando la piel rozaba contra la tela del pantalón. Cuando se inclinó para mirar qué era lo que pasaba, descubrió unas marcas rojizas, como si alguien le hubiese atado. Las tenía también en las muñecas. Palideció.
Apuró el paso hasta encontrar unas escaleras que conducían al piso inferior. Parecía una especie de comedor, ocupado por unas cuantas mesas largas y vacío a excepción de una joven con dos trenzas castañas, que daba buena cuenta de su desayuno, y un lobo. El chico sonrió, aliviado.
—Hëkathe... —la saludó, acercándose a ella.
La guardiana alzó la mirada, con aire distraído, y su expresión cambió radicalmente cuando sus ojos se cruzaron con los de Ezer. Se levantó con rapidez y cogió al chico por el cuello de la camisa, casi levantándolo en el aire. Él abrió los ojos de par en par, sobresaltado por su reacción. No supo qué decir. Ella le examinó detenidamente, como si pretendiese encontrar algo distinto en su aspecto.
—¿Vuelves a ser tú? —preguntó con brusquedad.
—¿...Qué? —alcanzó a articular él, confundido.
“Parece que no recuerda nada”  —comentó Fenrir, que no se había movido de su sitio. Hëkathe torció el gesto—. “No seas dura con él. Si le fuerzas, volverá a marcharse”.
“Tal vez sería mejor así” —replicó la guardiana mentalmente. El lobo pareció sonreír.
—¿Dónde estamos? —le preguntó Ezer con un hilo de voz.
Parecía realmente confundido, y la guardiana prefirió no insistir. Suspiró y le soltó, antes de volver a la mesa.
—En Yuuma —respondió secamente.
—¿Ya? —se sentó frente a ella, volviendo a colocarse el pelo compulsivamente—. ¿Cómo...? ¿Qué ha pasado?
Hëkathe hizo una pausa antes de responder, manteniendo la misma expresión.
—Nos atacaron por la noche -dijo con sencillez—. Te dejaron inconsciente. Cargué contigo hasta aquí por la noche.
Él pareció avergonzado.
—Ah... Lo siento —inclinó la cabeza en señal de arrepentimiento. Había fallado en algo tan sencillo como mantenerse despierto. No era un comienzo demasiado alentador. Sin embargo, ella no pareció darle mayor importancia.
—Déjalo. Tenemos que apresurarnos y buscar algo de información sobre las niñas.
—S-Sí, de acuerdo —movió los hombros para desentumecerlos. Se dijo que tenía que volver a vendarse—. Cuanto antes terminemos con esto, mejor...
Aún era temprano, pero aún así ya había tanta gente por las calles como en un día de mercado en cualquiera de los pueblos del norte. Yuuma no se parecía en nada a cualquier lugar que hubiesen pisado antes. La ciudad, las gentes... todo resultaba caótico y confuso. Y lo peor es que nadie parecía dispuesto a hablar. Las familias de las niñas insistían en que no sabían nada, y el resto de los habitantes les evitaban de una forma más que obvia.
Cerca del mediodía decidieron detenerse un rato, de modo que entraron en una pequeña taberna cerca de los grandes jardines de la ciudad. Estaban cansados y Hëkathe parecía molesta.
—¿Sois los guardianes? —preguntó el camarero, poniéndoles delante dos jarras de una bebida que no supieron identificar. Ellos asintieron—. La gente está demasiado asustada para hablar, temen que sus hijas sean las siguientes —se inclinó un poco sobre la barra, para poder bajar el tono de voz y que los guardianes pudiesen seguir escuchándole—. Mi nieta es una de las pequeñas a las que se llevaron. Escuchad...Ayer salió de la ciudad una caravana de comerciantes en dirección a Menara. No tengo ninguna prueba, pero... eran sospechosos —suspiró y se frotó los ojos con cansancio—. Os lo agradecería enormemente si pudieseis traer de vuelta a mi pequeña.

Hëkathe y Ezer salieron de Yuuma a todo galope, en dirección sur, hacia Menara. La supuesta caravana comercial había partido el día antes de la ciudad, por lo que tenían que recuperar el tiempo perdido. Por suerte sus caballos eran mucho más veloces que las carretas de los esclavistas. Si se daban prisa, podrían alcanzarlos esa misma noche.
Ambos guardianes forzaron sus caballos al máximo, yendo a toda velocidad por el camino. Las ruedas de los carros y las pisadas de los hombres todavía se podían apreciar en el polvo del camino. El sol estival caía con fuerza sobre las espigas doradas de los campos, a punto casi para la cosecha. Fenrir abría la marcha un par de pasos delante de los caballos, ejerciendo de oteador.
Hëkathe tenía otra preocupación a parte de alcanzar a los esclavistas y poder recuperar a las niñas. Se trataba de su acompañante. Su otra personalidad podría ser problemática y el joven parecía no acordarse de lo que había sucedida en el camino hasta Yuuma. La cazadora miraba de reojo al joven de cabellos blancos constantemente, por si se manifestaba el otro Ezer y Hëkathe tenía que volver a reducirlo. Eso causaría un gran retraso en la persecución, por lo que la guardiana se preguntaba si no sería más prudente dejar atrás al joven guardián y decirle que esperase su regreso.
Ezer había empezado a notar que Hëkathe estaba preocupada y miraba hacia él demasiado a menudo. Se preguntaba si había hecho algo que disgustase a la guardiana o había algún problema con él. El grupo siguió recorriendo leguas velozmente, sin parar ni una vez. Comieron algo de carne seca y se tomaron un trago de agua en marcha para calmar el hambre.
Los caballos ya estaban muy cerca de su límite cuando el sol comenzaba a ponerse. En ese momento, Fenrir divisó al fin la caravana, que se desviaba del camino para internarse en el bosque  que besaba el borde occidental de la carretera a pasar la noche.
“Hëkathe, ahí están” —dijo el lobo desde la cima de la colina, un poco más adelante de los guardianes—. “Se han metido entre un grupo de árboles para descansar”
La cazadora le indicó a Ezer que aminorase la marcha y ambos pusieron los caballos al paso. Cuando remontaron la colina para situarse junto al lobo, observaron con las últimas luces del crepúsculo cómo los esclavistas preparaban su campamento entre los árboles de los inicios del bosque. Las carretas estaban fuera de la espesura, vigiladas por tres hombres reunidos en torno a un fuego. Los demás conducían a las niñas, que estaban encadenadas, al interior del bosque.
—¿Cuántos crees que son? —le preguntó Ezer a Hëkathe.
—Alrededor de unos treinta, por lo que huele Fenrir.
—Son muchos... —el joven parecía algo asustado—. ¿Qué hacemos?
—No te preocupes, son bastantes, pero contamos con el factor sorpresa. Esperaremos a que sea noche cerrada y estén durmiendo. Somos guardianes de Arcania y tenemos los poderes de nuestra marca. ¿Qué puedes hacer tú?
—Eh... He estado practicando y puedo ser muy rápido durante varios segundos. Puedo esquivar golpes, ponerme a la espalda de los rivales y cosas así —dijo Ezer, no muy seguro de que su poder fuese útil—. Pero me cansa mucho.
—Puede sernos útil —Hëkathe sonrió ligeramente al joven para infundirle ánimos, aunque pareció algo forzada. No estaba acostumbrada a hacerlo.
Los dos guardianes se acercaron al bosque, en silencio, para que los esclavistas no los viesen. Ataron a una rama a los caballos y se sentaron a descansar, esperando a que la noche avanzase y los hombres se durmieran. Fenrir se fue a reconocer el terreno y espiar a los enemigos.
Al par de horas, Hëkathe se comunicó con el lobo.
“¿Cómo va la situación?”
“Los tres hombres que vigilan las carretas están despiertos, vigilando el camino. Dentro del bosque, están todos durmiendo menos los cuatro que vigilan a las niñas, en el centro del campamento.”
“Bien. Empezaremos ahora el ataque.”
—Ha llegado la hora —le dijo Hëkathe a Ezer—. Nos encargaremos primero de los que montan guardia junto a los carros. Espera a que yo dispare para atacar.
El joven asintió y se levantó. Los dos guardianes caminaron agazapados entre los árboles hacia los carromatos, atentos a cualquier sonido. Fenrir apareció silencioso de la nada para unírseles. Ezer suspiró en silencio al verlo. El lobo le daba más seguridad. Cuando llegaron hasta los carros, que formaban un círculo, asemejándose a un leviatán enroscado mientras dormitaba, Hëkathe se detuvo.
Los tres hombres sentados junto al fuego contemplaban el camino, ajenos al peligro que se les acercaba por la espalda. La arquera le indicó por gestos a su compañero que ella se encargaría de los dos de la derecha y que él se encargase del restante, atacando desde el otro lado. Ezer asintió y fue a ponerse en posición.
Caminó en silencio por detrás de los carros, con Fenrir detrás. El lobo había decidido ayudar al joven, que parecía más inexperto y nervioso que Hëkathe. Además su ama podía apañárselas sola. Ezer se colocó entre dos carros, contemplando al hombre de la izquierda al que tenía que matar. Empuñó sus dos puñales con cuidado, haciéndose a la idea de que tenía que acabar con ese esclavista. Sería la primera vez que arrebatase la vida de alguien, pero ese se lo merecía. Secuestraba a niñas inocentes para venderlas. Era algo imperdonable. Aún así, se encontraba algo asustado.
Se concentró para reunir su poder y el sello palpitó bajo las vendas de su frente. Usaría su nueva técnica contra ese hombre, para evitar que pudiese gritar y dar la alarma. Completamente centrado en su misión, Ezer alzó la vista y vio que Hëkathe entre dos carromatos con el arco listo entre sus manos y una flecha en la cuerda tensada. Otra saeta estaba en tierra junto a sus pies. La cazadora observó con sus ojos verdes al guardián y este asintió con la cabeza.
Con dos rápidos restallidos, los dos hombres de la derecha cayeron al suelo, muertos. Ezer se impulsó rápidamente hacia delante y usando su poder, se plantó con celeridad detrás de su objetivo. Para Hëkathe, que contemplaba la escena, pareció que el guardián se convirtió en un veloz borrón que se hizo corpóreo detrás del esclavista. Sin dudarlo ni un instante, Ezer agarró el pelo del hombre, tirando de su cabeza hacia atrás y lo degolló. La sangre aún caliente de su víctima se derramó por la mano derecha del guardián que se rió sádicamente.
—Quieto ahí —dijo Hëkathe, apuntando con su arco a Ezer, cuyo pelo se había vuelto negro—. Como hagas algo, te mato aquí mismo.
No te preocupes, querida —dijo Ezer con una voz más melodiosa de lo habitual—. Después de nuestro anterior desencuentro, he llegado a la conclusión de que voy a colaborar contigo. Me gustan las mujeres duras como tú.
—No me fío —le dijo Hëkathe—. ¿Cómo sé que no me estás mintiendo?
Puedes matarme ahora si así lo quieres —dijo Ezer soltando sus armas, que se clavaron vibrando en el suelo—. Pero te seré muy útil para acabar con los esclavistas que quedan.
—De acuerdo, pero como hagas algo extraño, acabaré contigo —dijo la joven bajando el arco.
Ambos guardianes se internaron en el bosque en silencio, hasta llegar al resto del campamento. Los esclavistas dormían en un claro del bosque con las niñas secuestradas atadas en medio a estacas. Cuatro hombres paseaban por el perímetro, alerta. Hëkathe contempló la escena escondida tras el tronco de un gran árbol.
—Será más difícil encargarnos de estos sin que den la alarma —le dijo a Ezer—. Yo me ocupo de los dos del fondo, haz lo que puedas con los que están más cerca. Si logran avisar a los que duermen, tendremos que atacar con todo, mientras aún estén desorganizados. Pero intentemos dejar a uno con vida. Quiero hacer un par de preguntas. Tú atacas primero.
No te preocupes, princesa. No habrá ningún problema —respondió el joven de pelo negro sonriéndole socarronamente.
Hëkathe se apostó con el arco, preparada para actuar en cuanto Ezer se encargase del primer esclavista. El guardián usó su poder y se plantó rápidamente ante el vigilante más cercano, apuñalándolo en un ojo. El hombre se derrumbó sin poder decir nada. Instantes después los dos hombres de la otra parte del claro cayeron atravesados por dos certeras flechas. Ezer corrió rápidamente hacia el último hombre en pie y lo apuñaló en la garganta cuando comenzaba a gritar. El cadáver cayó con estrépito y una de las niñas secuestradas gritó.
—Maldición —masculló Hëkathe, mientras se preparaba para disparar a todo aquel que se levantase.
A partir de ese momento el combate fue un caos. Los gritos sonaban por todo el claro, mezclándose los de dolor de los hombres que eran saeteados o apuñalados y los chillidos de pánico de las niñas. Las carcajadas histriónicas de Ezer retumbaban con fuerza entre los árboles. La sangre volaba por todas partes y el acero desgarraba la carne.
Por fin solo cinco esclavistas quedaron con vida, formando un precario muro de escudos ante las flechas de Hëkathe y los puñales de Ezer. Fenrir se les acercaba por detrás, intentando provocarlos para que bajasen la guardia. Uno de ellos titubeó y bajo ligeramente el broquel. Al instante, una flecha brotó de su ojo. Ezer aprovechó la apertura en sus defensas y con una de sus explosiones de velocidad penetró en el muro de escudos, matando a dos hombres al instante con dos certeras puñaladas. Otro de los hombres cayó en la confusión con una flecha clavada en el ojo.
El último hombre soltó el escudo y echó a correr, pero Fenrir le cerró el pasó. Ezer, riendo como un loco, hizo levitar una de las flechas que Hëkathe había disparado y se la lanzó al fugitivo, que gritó de dolor cuando la saeta le atravesó el muslo. El esclavista cayó al suelo e intentó incorporarse, pero Ezer le dio un puntapié en la cabeza.
Aquí tienes a tu hombre vivo —le dijo Ezer a Hëkathe que se inclinó sobre el hombre.
—Tengo unas cuantas preguntas para ti —dijo la guardiana al hombre que gemía en el suelo, poniéndole su cuchillo en la garganta—.  ¿A dónde llevabais a esas niñas? Respóndeme o sufrirás las consecuencias.
El hombre comenzó a balbucear.
—El jefe... ordenó... que las llevásemos al oeste.
—¿Para qué? —dijo Hëkathe.
—Teníamos que embarcarlas en la costa. Habría unos barcos esperando.
—¡¿A dónde se dirigían esos barcos?! —gritó Hëkathe, apretando más el cuchillo.
—¡¡N-No lo sé!! ¡El jefe solo dijo que las llevásemos! —el hombre estaba completamente aterrado.
—¿Quién es vuestro jefe?
—Karys, vive cerca de Sanka. Pero el recibe las órdenes de alguien más. Solo se encarga de contratar mercenarios y comprar las armas que llevamos en los carros. Perdóname. Lo hago por dinero. ¡No quiero hacerle daño a nadie!
Hëkathe le cortó la garganta y acabó con su perorata.
Sí que eres dura, princesa —dijo Ezer.
En ese momento el guardián cayó de rodillas y su pelo se volvió blanco. Se escuchó un grito de miedo en el claro y un hombre, que fingía estar muerto, echó a correr hacia el bosque.
—¡Ezer, vamos, no permitamos que huya! —el joven parecía desorientado y no sabía donde estar. El esclavista estaba cada vez más lejos y Hëkathe tuvo que zarandear a Ezer para que volviese en sí y se levantase—. ¡Cuida de las niñas, Fenrir! —dijo la guardiana mientras corría en persecución del hombre, seguido por su acompañante.
Hëkathe corría ágilmente entre los árboles, con la fluidez que da la experiencia, recortando la distancia con el esclavista. Ezer, menos acostumbrado a correr por los bosques, se estaba quedando ligeramente atrás. Cuando la cazadora entró en un calvero del bosque escuchó el desgarrador grito de dolor de un hombre.

Las historias de monstruos no escaseaban en el Reino de los Humanos. La clase de historias que los padres cuentan a sus hijos para que no se alejen demasiado de los caminos o que no se acerquen a los bosques por la noche. La escena que se dibujaba ante los ojos de Hëkathe parecía sacada directamente de una de ellas.
Cuando Ezer llegó a su altura, el cuerpo del esclavista caía al suelo en medio de un charco de sangre. Una espada larga le atravesaba el cuerpo por la mitad, dejando a la vista unos sus órganos internos, que parecían suaves y rosados a la escasa luz que se filtraba entre los árboles. Su rostro estaba completamente desfigurado, como si alguien se hubiese dedicado a arrancarle trozos de piel utilizando sólo los dientes.
—Buenas noches, guardianes —saludó una voz entre las sombras.
Un hombre se apoyaba despreocupadamente en la espada, como ajeno a lo que sucedía a su alrededor. No, un hombre no... Entre los mechones de cabello negro, que le caía largo y liso por la espalda, asomaban tres pares de cuernos que casi parecían formar una corona, unos más grandes, similares a los de un carnero, y cuatro más pequeños que parecían casi pequeñas ramificaciones. Sus ojos eran de un color rojo brillante. Sonreía con elegancia y tranquilidad.
Hëkathe ya había colocado una flecha, dispuesta a atacar primero, pero el hombre alzó las manos para indicarle que no tenía intención de hacerles nada. Aunque el hecho de que tuviese las palmas manchadas completamente de sangre no ayudaba demasiado.
—Señorita Hëkathe Holbein, es un placer conocerla por fin —saludó—. Conor me ha hablado mucho de usted...
Ella frunció ligeramente el ceño. Ezer pasaba la mirada de uno a la otra, confundido.
—Hëkathe... —llamó con un hilo de voz. No se estaban enfrentando ni a un no-muerto ni a un humano. Era un demonio. Era a primera vez que Ezer veía uno.
—¿Quién eres tú? —exigió saber la guardiana, que aún le apuntaba con el arco.
—Desgraciadamente, no puedo darle mi nombre todavía —sacudió la cabeza, y el cabello ondeó a su espalda—. La gente me conoce como el Príncipe Negro. Te encontraste con el capitán de mi Hermandad en Thain, si no me equivoco.
La joven bajó el arco y le miró, aún recelosa. El demonio pareció tomarlo como una buena señal y se aproximó un par de pasos a ellos, aún con las manos en alto. Era joven, no aparentaba más de veinticinco años.
Ezer tardó un momento en reaccionar ante aquel nombre. El Príncipe... Así que era cierto. Podía imaginarse perfectamente al hombre que se alzaba frente a él destruyendo una ciudad del mismo modo que habría destrozado al esclavista. Sin darle mayor importancia. Por inercia, Ezer se colocó delante de su compañera, como si eso fuese a servir para algo. El Príncipe sonrió.
—Hëkathe... ¿puedo llamarte Hëkathe? —se limpió las manos con la ropa—. Sería un honor contar contigo en nuestras filas. Hemos visto de lo que eres capaz en combate y sabemos que compartes nuestros ideales. Teóricamente ya eres de los nuestros, ¿no crees?
Ella no dijo nada.
Durante un momento, el silencio pareció sacudirles a todos. Aún les llegaban los lloros de las niñas desde el campamento, pero ni siquiera eran conscientes de estar oyéndolos. El demonio se acercó al cadáver para recuperar su espada, soltándola de un ligero tirón.
—Piénsalo, Hëkathe —le pidió, haciéndole una discreta reverencia a la chica—. Te estaremos esperando con los brazos abiertos —pasó junto a los dos guardianes en dirección al bosque, con tranquilidad. Seguro de que no iban a hacerle nada. Se detuvo junto a Ezer un momento y le miró con atención—. Deberías tener más cuidado —le recomendó, dándole un golpecito ligero sobre las vendas de la frente—, pero has peleado bien.
Y dicho esto, desapareció entre los árboles. Los dos guardianes permanecieron quietos durante un instante, como asimilando qué era lo que acababa de pasar. Como si se hubiese despertado de golpe, Hëkathe echó a correr en dirección al bosque, siguiendo el mismo camino que el demonio. Pero allí ya no había nadie. Cuando se cansó de dar vueltas, regresó al lugar de la matanza. Algo alejado de los cuerpos de los esclavistas, Ezer se dedicaba a desatar a las niñas, que lloraban de miedo y no dejaban de hacer preguntas. Fenrir miró a la joven con curiosidad, pero ella pasó de largo.
Lo mejor sería ocuparse de aquello antes de pensar en nada.
Misión para El Pacto de Arcania de :iconcuentos-por-colores:
Y con esto se acaban las misiones de mayo. Esta es una misión conjunta entre Hëkathe y Ezer de :iconmeru-keepalive: así que la hemos escrito entre los dos. Esperamos que os guste. Y seguimos ahondando en las subtramas. Aunque eso me lleva a preguntarme, ¿cuál es la trama final?
Comments11
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Reigkye's avatar
El tipo ese era un demonio y no un mestizo? No te voy a mandar corregirlo a estas alturas, pero ningún ser mágico puede atravesar las fronteras del reino. Podría darse una excepción puntual, pero hace tiempo pedí a uno de los de la oscuridad que corrigiese precisamente algo así en su ficha, así que para futuras intervenciones de la hermandad, tenedlo en cuenta ^^ Si era semi-demonio (aún con la apariencia externa de un demonio) entonces no habría problema.

¿La Hermandad era Oscura o Negra? xD Porque aquí la llamas Negra xDD Y creo que nada más, no vi errores a destacar ni nada en ese aspecto :3 Os metisteis en Yuuma, pero bueno, tampoco contasteis nada así que no me afecta a la historia ^^

Creo que nada más, ya sólo me faltan dos de las tuyas TwT No me lo creo xD