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7. Crucero de placer

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LordYorch's avatar
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La brisa marina agitaba los cabellos de Hëkathe mientras el barco salía lentamente del estuario del gran río. El ancho cauce del Rov, el mayor de los ríos del reino de los humanos, hervía de agitación por el intenso tráfico de todo tipo de barcazas, barcos y canoas. Siendo navegable para buques de calado medio hasta Assarov, la capital del reino humano, sesenta leguas río arriba, el Rov era una de las principales arterias comerciales del norte de Visara. La guardiana se hallaba a bordo de una panzuda coca mercante que se dirigía a Thain, capital de las Islas del Crepúsculo.
Las velas del único mástil del Delfín plateado estaban hinchadas por el viento. El agua se partía en dos debajo de la figura del delfín que hacía de mascarón de proa, que daba nombre al barco, a medida que la nave avanzaba hacia mar abierto. La corriente procedente de la costa los llevaría a su destino en poco más de un día y una noche, si no había contratiempos. Hëkathe contemplaba como los marineros se afanaban con el cordaje y el velamen, siguiendo las instrucciones del oficial de cubierta, que se paseaba furibundo por el puente. La guardiana estaba apoyada sobre la baranda del castillo de popa, mientras que Fenrir estaba sentado sobre el de proa, escrutando con sus profundos ojos dorados el vasto mar que se habría ante ellos.
“¿Alguna novedad por ahí delante? ¿Algún leviatán, kraken o quizás sirena?” —preguntó la cazadora a su mascota.
“Sin novedades” —le respondió el lobo—. “¿Cuánto tiempo durará nuestro periplo?”
“No lo sé. El tiempo suficiente para que las cosas se calmen por Arcania y la gente se olvide de lo que ha pasado.”
“Entonces aún tardaremos” —dijo socarronamente Fenrir—. “Pero llevo esperando una eternidad a que se cumpla mi destino, así que no me preocupa aguardar un poco más. El cuerno de la batalla sonará sin lugar a dudas.”
Hëkathe tenía pensado pasar un par de semanas en Thain y el resto de las islas, haciendo turismo, o algo así. Era de las pocas ciudades que no había visitado y donde había menos posibilidades de toparse con algún conocido. Además, nunca había estado en una isla y ya que tenía que mantenerse alejada de Arcania, podría conocer nuevas realidades. Comenzaba a gustarle el mar y los barcos. Eran bastante novedosos y entretenidos para la cazadora, que había pasado toda su vida apegada a los bosques.
—¿Cómo vais, jovencita? —la voz del capitán interrumpió los pensamientos de Hëkathe.
Era un hombre viejo, con una hirsuta barba gris y el rostro moreno por el sol del mar. Sus manos callosas sostenían con fuerza y al mismo tiempo con delicadeza el timón de la nave. Sus ojos grises estaban rodeados por las arrugas de su piel. Su cabello, cada vez más ralo por la edad, estaba cubierto con un boina y entre los labios, secos por la sal del aire marino, sostenía una tosca pipa de madera, de la que salían volutas de humo de vez en cuando. Era un auténtico lobo de mar.
—Muy bien, capitán —le respondió la cazadora. El capitán, con su seguridad sobre la nave, infundía respeto a Hëkathe.
—Me alegro de llevar una guardiana a bordo —le dijo el anciano—. Los piratas de las Islas del Crepúsculo están cada vez más activos.
—¿Piratas? —preguntó Hëkathe extrañada.
—Sí. Cada vez son más osados y están empezando a interrumpir el comercio con Thain.
—¿Y el marqués no hace nada? Se supone que tiene la mayor flota del Reino Humano del Oeste.
—El marqués Esbern está demasiado ocupado contando su oro. Las malas lenguas dicen que recibe la mitad de cada botín a cambio de no perseguir a los piratas. No en vano se lo conoce en las tabernas como Esbern el Bucanero.
—¿Y el rey no lo sabe?
—Claro que lo sabe. Pero no tiene la flota suficiente como para poder hacer frente a Esbern en el mar. Y construir una le costaría demasiado, así que hace oídos sordos —el capitán parecía resignado—. Si queremos sobrevivir en este mundo, tendremos que luchar nosotros mismos día a día y no depender de los poderosos.
Hëkathe coincidía totalmente con el capitán. Los nobles creían que el mundo era suyo y podían hacer lo que querían con todas las personas. Pero la cazadora no iba a permitir que eso continuase así mucho tiempo. Los nobles caerían ante ella cuando comenzase su venganza. Serían los primeros. Quizás podría empezar visitando al marqués Esbern.
La cazadora decidió ir a descansar. Bajó las escaleras de la cubierta y se dirigió hacia el camarote del capitán, que le había cedido amablemente, en la popa de la nave. Era bastante modesto, con un catre algo desvencijado, un arcón y una mesa repleta de cartas náuticas como único mobiliario. Hëkathe dejó su arco y su carcaj repleto de flechas en el suelo junto a la cama y se tumbó para descansar. Se durmió en cuanto cerró los ojos.

El inclemente repiqueteo de una campana tocando a rebato. Los gritos y los pasos se escuchaban por todas partes, sobre la cubierta, en la bodega. Hëkathe se incorporó rápidamente, cogió su arco y sus saetas y salió rápidamente del camarote.
“¿Qué está pasando, Fenrir?” —preguntó en su mente la cazadora al lobo, al que podía sentir sobre la cubierta.
“Dos barcos piratas por babor nos siguen desde hace unas tres horas. El capitán ha conseguido mantenerlos alejados, pero su vela aprovecha mejor el viento y junto con la fuerza de sus remeros son mucho más rápidos. Nos darán alcance en breves. Tendrás unos blancos perfectos para practicar tu nueva técnica.”
“Genial”. Hëkathe tenía ganas de algo de acción para liberar tensión.
Se abrió paso entre los marineros del turno de día que se apresuraban en vestirse para subir a cubierta. Otros subían hachas, sables y armas variopintas a cubierta. Hëkathe sintió que la brisa marina agitaba sus cabellos en cuanto salió al exterior de la coca. Allí arriba la agitación era aún mayor. Los hombres se afaenaban con las velas y estaban colocando estratégicamente barriles con armas por todas partes. El oficial de cubierta daba órdenes a plena voz.
—¡Preparaos! ¡Que cada uno coja un arma! Solo tenéis que impedir que suban, así que en cuanto veáis que asoman su feo rostro por encima de la borda, ¡atacad sin pensároslo! ¡Si llegamos al combate cuerpo a cuerpo estamos perdidos!
Hëkathe subió al alcázar de popa y vio que el capitán sujetaba firme el timón.
—Menos mal que ya estás aquí. Vamos a necesitar tu arco. Nos alcanzarán en menos de diez minutos. Las dos naves vienen por popa, te hemos preparado un barril con flechas para que no te quedes sin munición. Eric te ayudará en lo que haga falta.
La arquera se dirigió hacia un joven grumete de pelo negro que se apoyaba nervioso en la baranda, escrutando el mar tras ellos. La joven se colocó junto a él y observó los barcos piratas bajo la luz de la luna, que afortunadamente era llena. Dos naves alargadas y estrechas los seguían. Con una sola vela henchida por el viento, las dos embarcaciones avanzaban a la par a fuerza de remo. Los mascarones eran dos fieros leviatanes que cortaban las olas. Eran naves bastantes bajas, lo que facilitaba bastante el trabajo a Hëkathe.
—¿Cuántos hombres crees que hay en cada barco, chico?
—U-Unos cuarenta o cincuenta, señora.
—Hum. No está mal. Hazme un favor y coge unas cuantas flechas, átales trapos con alcohol en la punta y tráemelas. Y una antorcha encendida.
—S-Sí, señora —dijo el joven Eric antes de marcharse corriendo por la cubierta con un puñado de flechas.
Mientras los barcos se acercaban cada vez más, Fenrir se acercó y se sentó a su lado.
“Vengo a contemplar el espectáculo” —Hëkathe sonrió irónicamente ante la afirmación.
La guardiana preparó una flecha, con los dos barcos a punto de entrar en su alcance y comenzó a reunir su poder para activar su sello. Ya podía escuchar los gruñidos de los piratas esforzándose sobre los remos y el grito de los guerreros que se arremolinaban a proa, agitando sus armas para parecer más amenazadores.
En cuanto la popa de las naves piratas estuvo al alcance del arco largo de Hëkathe, se oyeron dos chasquidos en rápida sucesión, casi instantáneos y los timoneles de ambos barcos cayeron sobre los tablones de las cubiertas de sus respectivas embarcaciones. Sin un instante de pausa, la guardiana siguió con sus ráfagas de disparos duales, escogiendo como blanco a los guerreros de la proa. En cuanto cayeron los primeros, los demás, gritando maldiciones que acallaban los gritos de dolor de los alcanzados por los mortales dardos, se precipitaron a coger los escudos circulares que colgaban en los bordes de los drakkars. Los hombres formaron una pared de escudos para protegerse.
La arquera ignoró entonces a los guerreros y se centró en los remeros, que fueron cayendo uno tras otro rápidamente. Algunos se levantaron para intentar coger los escudos, pero una flecha certera siempre hacía que se derrumbasen sobre sus bancos, golpeando a los que todavía bogaban y entorpeciéndolos. Un remero de larga barba intentó saltar por la borda, con el rostro desencajado por la desesperación, prefiriendo la incerteza de flotar en el extenso océano a una muerte rápida y penetrante. Consiguió caer al agua, pero con una flecha clavada en la garganta.
Las naves piratas comenzaron a rezagarse porque prácticamente solo navegaban con la fuerza del viento. Los gritos de dolor y el silbido de las flechas llenaban el aire y los marineros de la coca mercante estaban lívidos y aterrorizados ante el brutal espectáculo. Para cuando Hëkathe había acabado con casi todos los remeros y solo quedaban vivos los guerreros, que se apretujaban tras sus escudos como corderitos ante un lobo, Eric volvió al castillo cargando con una tea encendida y un haz de flechas incendiarias.
La arquera hizo una pausa en su mortal ataque cuando vio al grumete a su lado, que contemplaba atónito las naves piratas repletas de cadáveres y moribundos. Empezaba a tener calambres en los brazos y estaba sudando. Le hizo un gesto al joven para que le pasase una de las flechas incendiarias. Hëkathe la colocó con cuidado en el arco y Eric prendió la punta con la antorcha.
La guardiana apuntó con precisión y disparó. El proyectil en llamas surcó el cielo, iluminando con su resplandor la noche. El reflejo flamígero sobre el océano se asemejaba a una llamarada de dragón que se dirigía destructora hacia su presa. La saeta impactó en la lona, y esta estalló en llamas. Los guerreros abandonaron su muro de escudos para intentar cortar desesperados las cuerdas que sujetaban la vela para que el fuego no se extendiese todo el barco. Hëkathe aprovechó el descuido y sus flechas los alcanzaron en sus espaldas desprotegidas.
Otro proyectil flamígero surcó la oscuridad y con un estallido de luz el otro barco comenzó a arder. Las naves en llamas comenzaron a detenerse en medio del océano, llenas de gritos de dolor, muertos y olor a carne quemada.
“Ochenta hombres cenarán hoy con el dios del mar” dijo Fenrir mientras la coca seguía su rumbo, alejándose cada vez más de los drakkars, que parecían leños ardiendo en medio de la inmensidad del océano.
—Buen trabajo, joven, nos has salvado la vida a todos —le dijo el capitán a Hëkathe. La guardiana asintió ligeramente con la cabeza y se fue hacia el camarote. Estaba muy cansada después de usar durante tanto tiempo el poder de su sello.

Hëkathe puso el pie sobre el muelle de piedra. Después del crujido del maderamen y el tambaleo de la nave, sentir un suelo firme bajo sus pies era de cierto modo reconfortante. Fenrir, que se encontraba junto a ella, parecía no preocuparle si el terreno estaba estable o no. El delfín plateado había llegado a puerto a media mañana y la guardiana se había bajado rápidamente. La tripulación parecía tenerle miedo desde que habían visto como se había ocupado de los piratas la noche anterior. Era comprensible.
El puerto de Thain estaba bastante animado, con varios barcos anclados, marineros yendo de aquí para allá, estibadores transportando mercancías, comerciantes discutiendo precios... Aún así, varios de los muelles estaban vacíos y se notaba un cierto malestar en el ambiente, sobre todo porque varias personas, apoyadas en la pared de un gran edificio de madera, que parecía la casa de contratación del puerto, contemplaba con resquemor a los que estaban trabajando. Estaba claro que el aumento de la piratería comenzaba a afectar a la vida de la ciudad.
“Este puerto huele especialmente mal” —dijo Fenrir arrugando el hocico. Los desperdicios flotaban entre las naves y el puerto desprendían un olor ciertamente nauseabundo.
“Tienes razón. Menudo hedor, ni que hubiese un leviatán muerto. Vamos a buscar alojamiento y a explorar un poco la ciudad.”
Hëkathe se dirigió hacia lo que parecía ser la arteria principal del puerto, que lo comunicaba con el centro de la ciudad. La guardiana caminaba despacio, observando los edificios de madera y de piedra a partes iguales, con la planta baja dedicada a las tiendas y a los talleres y los pisos superiores para viviendas. La calle era bastante amplia y la luz de la mañana caía a raudales sobre los transeúntes. Un par de carros bajaban en dirección al mar. Había un gran número de mendigos pidiendo limosna, más de los que la cazadora había visto en cualquier otra ciudad. Se notaba que las cosas no iban del todo bien en las islas.
Llegó por fin a la plaza central de la urbe. Un gran edificio dominaba todo el espacio. El palacio del marqués tenía una gran fachada sostenida por enormes columnas de madera, cada una un árbol gigantesco. Estaban completamente talladas representando una gran batalla de animales fantásticos, con figuras de dragones, leviatanes, krakens y lobos de tres colas, que se arremolinaban alrededor del fuste. El resto de la mansión estaba hecho con grandes tablones de una madera algo más clara que los soportes del pórtico de entrada, aunque oscurecida por el tiempo. Parecía que el palacio tenía más de mil años.
—¿Te gusta el gran palacio de los Reyes del Crepúsculo, jovencita? —un anciano con un bastón se había acercado a la guardiana, que contemplaba con interés el edificio.
—Es muy hermoso —le respondió Hëkathe.
“Esas poderosas columnas parecen sacadas del tronco de Yggdrasil, el árbol de la vida. Casi parece que van a aparecer Ratatösk y el Nidhöggr” —le dijo Fenrir. Hëkathe no entendió la mitad de lo que le dijo el lobo, a ella las columnas le recordaban a los árboles de un bosque denso y antiguo.
—Fue construido por Horik el Navegante —continuó el anciano—. El primer rey de estas islas. Consiguió arrebatárselas a los luminosos tras la gran batalla de Kfaln. Se dice que ese día capturó el solo veinte barcos, con su enorme hacha doble. Sus brazos eran tan fuertes que podía romper por la mitad el espinazo de un hombre. ¿Quieres que te cuente la historia de estas islas? Solo pediré a cambio una buena cerveza para refrescar el gaznate.
—Me parece un trato justo —dijo Hëkathe. Así quizás podría averiguar cómo estaban las cosas en la ciudad.
La cazadora siguió al anciano, que avanzaba con paso firme a pesar de apoyarse en el bastón. Se dirigieron hacia una posada de piedra de tres pisos en una de las esquinas de la plaza, llamado El marinero borracho.
El local estaba bastante lleno de gente que bebía y conversaba. Hëkathe se sentó junto al anciano en una mesa. Fenrir se colocó en el suelo junto a ellos. Una camarera les trajo un par de jarras de cerveza que pagó la guardiana. Notaba los cuchicheos de la gente sobre la presencia del lobo en la taberna.
—Los lobos son el símbolo de estas islas —le dijo el anciano—. Desde la época de Ulf el Lobo, que sembró el terror en todo Visara con sus lobos de mar, saqueando. Sus drakkars remontaban cualquier río y se decía que era capaz de navegar por un charco de agua. Consiguió tanto oro que no cogía en la gran palacio de los Reyes del Crepúsculo. Pero todo eso se acabó.
—¿Se acabó? ¿Cómo? —preguntó la cazadora.
—Con Olaf el Cobarde. Se rindió ante el rey Roivan el Conquistador, el gran unificador del Reino Humano del Oeste. Vendió el orgullo de los lobos del crepúsculo solo por un título de marqués. Y ahora con Esbern, los piratas campan a sus anchas bajo su mando. Es una vergüenza. No tienen ni orgullo ni espíritu. En los viejos tiempos, los lobos solo asaltaban en el continente, no atacaban a barcos mercantes que viniesen a las islas ni hacían nada que las perjudicase.
—¿Tan mala es la situación?
—Ya deberías haberlo visto tu misma. Hay un montón de personas, sobre todo en el puerto, que no tienen trabajo. Empiezan a pasar hambre y cada vez es peor. En los barrios bajos hay cada vez más descontento mientras el marqués es cada vez más rico. En cualquier momento, sucederá algo y se desatará la violencia.
Hëkathe confirmó sus sospechas. Las cosas estaban tan mal como se había supuesto. Ese marqués Esbern estaba desangrando a su pueblo. La cazadora odiaba cada vez más a esos nobles que se creían dueños de todo y de todos. Pero como guardiana, su misión teóricamente era proteger a los humanos de los no-muertos, así que no podía hacer nada contra un humano. O quizás sí. La furia comenzaba a brotar en su interior. Debería hacerle una visita al Esbern...
“No deberías meterte en esto, Hëkathe. Todavía no puedes hacer nada.” —dijo Fenrir—. “Ya llegará el momento de que puedas vengarte, empezando por la nobleza.”
Poco tiempo después, el anciano se despidió de la guardiana y se marchó. Hëkathe decidió pedir una habitación y se fue a descansar un poco antes de que fuese la hora de comer. Cuando bajó y se volvió a sentar en una mesa para almorzar, esta vez sola, había un gran ajetreo en el comedor.
Un grupo de personas se arremolinaba en un par de mesas juntas, escuchando hablar a un hombre que iba completamente vestido de negro, de la camisa a las botas, pasando por los pantalones y el cinturón, del que colgaba una daga y un florete, en vainas también oscuras. Llevaba los cabellos rubios recogidos con una cinta en la nuca y sus ojos verdes brillaban con inteligencia. Su rostro afeitado era de facciones finas y bastante atractivo. Parecía bastante alto a pesar de estar sentado.
Hëkathe solo escuchaba palabras y frases sueltas entre los gritos de los hombres, en gran parte pescadores, marineros y estibadores, pero parecía que el hombre de negro estaba hablando del marqués Esbern y de que deberían acabar con él. Solo así se resolverían los problemas de las islas. Tenían que derrocar al marqués e instaurar una comuna independiente y autosuficiente. Sus seguidores parecían totalmente convencidos.
La arquera dejó de escuchar en cuanto la camarera le trajo dos suculentas sardinas a la brasa y una jarra de espumosa cerveza. Hëkathe creía que acabar con Esbern no era una mala idea, pero cualquiera que lo sustituyese sería igual que él, así que las cosas no mejorarían demasiado. Aunque la perspectiva de acabar con un noble que se creía todopoderoso no estaba del todo mal, tal y como había dejado morir al barón Treydon. Había sido una sensación bastante gratificante. Sobre todo cuando pensaba que era Lucien el que moría.
“¿No habías venido aquí para alejarte de los problemas durante un tiempo?” —la voz de Fenrir resonó en su cabeza y Hëkathe supo que tenía razón. El lobo parecía bastante interesado en el grupo que tramaba el complot, en especial en el hombre de negro.
Cuando la joven estaba acabando de comer, entraron en El marinero borracho dos soldados con cotas de mallas y armados, con el lobo de tres colas azul símbolo de los marqueses de Thain. El silencio se extendió por toda la sala y los conspiradores se miraron asustados, excepto el líder, que parecía muy tranquilo. Los dos recién llegados recorrieron con la vista toda la habitación y finalmente se fijaron en Hëkathe. Se acercaron a ella, con el traqueteo metálico acompañándolos a cada paso.
—¿Sois vos la guardiana de Arcania? —preguntó el soldado de mayor edad, con un poblada barba negra. La arquera asintió con la cabeza—. Mi señor os ruega que vayáis a presentarle sus respetos en la audiencia pública que celebrará esta tarde —por el tono del hombre estaba claro que no era una petición. Sin esperar respuesta, se dio media vuelta y salió de la taberna. Las conversaciones volvieron poco a poco a solapar el silencio.

Hëkathe entró en el palacio del duque, observando de nuevo fascinada las columnas de madera de la entrada. El interior también estaba repleto de tallas de animales fantásticos en las paredes de madera. Se dirigió con calma hacia el salón de audiencias, una larga estancia, sostenida por gruesos pilares de madera. Al fondo se encontraba una tarima con el trono de marqués. En cuanto cruzó la puerta, el chambelán la anunció con un grito.
Avanzó hacia el trono despacio, no muy preocupada por todo el público que se concentraba en los laterales de la estancia, peticionarios y miembros de la corte del marqués. Una pareja de soldados flanqueaban el trono. Hëkathe se plantó ante la tarima y contempló al hombre que estaba sobre ella. El marqués Esbern el Bucanero era un hombre muy orondo, con una gran papada. Vestía una túnica de seda gris con manchas violáceas por el vino. Sostenía una copa de este líquido en su mano izquierda mientras se sentaba de una manera poco digna en su trono.
—Bienvenida, guardiana —le dijo el Bucanero con voz ronca—. ¿A qué se debe vuestra visita a las Islas? ¿Acaso corremos algún peligro?
—En principio esto era un viaje de placer —dijo Hëkathe—. Pero parece que las Islas del Crepúsculo se enfrentan a un grave peligro.
—¿En serio? —preguntó alarmado el marqués—. ¿Cuál es?
“No sigas por ahí” —le dijo Fenrir, comprendiendo las intenciones de su ama.
—Los piratas están desangrando estas tierras y vuestros vasallos se mueren de hambre —la mirada de Hëkathe era dura como el acero.
—Es cierto. Mi flota intenta acabar con ellos, pero son demasiado escurridizos.
—No mintáis —la voz que sonó en uno de los laterales le resultaba muy familiar a Hëkathe—. Vuestra flota llega tarde porque vos mismo avisáis a los piratas de cuándo ordenáis a vuestros buques zarpar. La guardiana tiene razón, las Islas están en grave peligro.
Los cortesanos se abrieron para dejar paso al hombre que había hablado. Se trataba del hombre de la taberna, que caminó con calma y apostura hasta colocarse frente al marqués, junto a Hëkathe.
—¿Quién diablos eres tú? —gritó el marqués.
—Soy Conor Mac Kulhwch —le respondió el hombre rubio—. He venido aquí a informaros de que por vuestros crímenes contra vuestro propio pueblo, seréis ejecutado en breves.
—¡¿Cómo osas?! —rugió el marqués, con la cara enrojecida por la furia. Golpeó con el puño el brazo del trono y la copa de vino se cayó, salpicando gotas púrpuras por todas partes— ¡Guardias, matadlo ahora mismo!
Los dos guardias que estaban junto al craso noble desenvainaron al escuchar la orden de su señor y se lanzaron contra Conor. El rubio movió rápidamente los dos brazos, y sin que Hëkathe pudiese saber qué había hecho exactamente, ambos soldados cayeron al suelo con estrépito.
—Volveremos a vernos en breves, marqués, y seréis vos el que caiga al suelo, pero sin vida —el hombre se marchó haciendo una burlona reverencia, mientras todos los presentes seguían atónitos.
—¡Guardiana, haz algo! —dijo Esbern, ya recuperado de la impresión cuando Conor ya salía por la puerta.
—Mi trabajo es acabar con los no-muertos, no meterme en los conflictos de la nobleza —le respondió Hëkathe con voz gélida. Se fue del salón sin mirar atrás.

La guardiana cenó con tranquilidad en El marinero borracho y subió a su habitación para descansar. Al día siguiente volvería al continente con las primeras luces, antes de que el marqués intentase vengarse de ella por no haber hecho nada.
Cuando entró en su habitación, se fijó que había algo sobre la mesa que no estaba ahí antes. Era una rosa negra, extraña a la vez que hermosa. Junto a ella había una nota. Hëkathe se sentó en cama y se dispuso a leerla.

Muchas gracias por la ayuda de hoy, hermosa guardiana. Soy el capitán de la Hermandad Negra, un grupo de personas que ha consagrado su vida para acabar con la injusticia de este mundo y conseguir que todos sean iguales. Nadie es más que nadie. Creo que a nuestro líder le encantaría que formases parte de nosotros. Espero impaciente nuestro próximo encuentro.
                 
                                                                    Conor Mac Kulhwch


“Interesante” —pensó Hëkathe, antes de caer rendida sobre la cama.
Misión para el rol de :iconcuentos-por-colores:
El título de la misión es un chiste :D
Esta es la famosa segunda misión de mayo. Además de hablar sobre las Islas del Crepúsculo, también he metido una nueva trama secundaria de propina.
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Reigkye's avatar
Veamos, si Roivan el Conquistador es el unificador, me lo apunto que no le había dado nombre pero sí historia (trajo los guardianes al Reino Mortal, espero que no hayas escrito nada incompatible, aunque siempre puedo poner que fue el anterior o algo xDD).

Luego si Esbern es el "mayor" en la nobleza de Thain, entonces es el padre de la Reina Helena. Me lo anoto también. A él le había puesto una hija más, más joven que Helena. Está en lo de los monarcas, que actualizaré con esto. Me gusta la historia esta que diste aquí, ya te lo había comentado pero si me haces lista de monarcas/nobles de la zona, me la apunto. Helena es hija de los "líderes" de Tháin.

Y por fin conozco al famoso Conor xD Me sigue sonando muy minera la frase "comuna autosuficiente", pero bueno, eso es cosa mía xD Tampoco me parece nada exagerado de momento xD ¿Este es el que iba a liarla en Assarov, no? Si no está dentro de tus misiones, dime cuál es y coméntame qué tienes en mente pa ver cómo lo arreglamos.

Pobre Conor, intentar meterle ficha a Hëkathe cuando su corazón ya lo tiene el hombre lobo.. xDD (en mi cabeza, sí xD).